Partes de guerra
En los tebeos de entonces siempre comparecía un abuelo locuaz y algo plasta que contaba batallitas. No podemos hacer lo mismo los de ahora: hay demasiadas. Se ha globalizado la pólvora y a todos nos huelen a chamusquina las posaderas. El socialismo francés se ha partido por gala en dos y también por culpa de Martine Aubry y de Sègoléne Royal, que son dos señoras tan combativas que discuten ferozmente las mismas ideas. Algo parecido a lo que sucede en España, donde José María Aznar y Esperanza Aguirre se han puesto de acuerdo para tirarle chinitas a la bragueta de Mariano Rajoy. Le acusan de «tibieza ideológica» y le exigen más garra, sin reparar en la circunstancia evidente de que el león ya ha sido tratado por muchos taxidermistas.
Actualizado: GuardarLa guerra de guerrillas se está desarrollando entre los afines.
Incluso parece que el tristemente famoso Txeroki había confeccionado una lista negra con el propósito de cargarse a unos cuantos de los suyos. Llega un momento en el que los más entusiastas militantes no saben donde militan y se ponen manos arriba cuando les dicen que han venido los suyos. Los historiadores de esta época corren el peligro de volverse majaras, en el supuesto de que no lo estuvieran con anterioridad y por eso eligieran esa clase de estudios.
Para acabar de arreglarlo, un juez obliga a un colegio público a retirar los crucifijos de las aulas. La sentencia, dictada en Valladolid, indica que de lo contrario se estarían vulnerando los derechos fundamentales, o sea que otra vez vamos a andarnos a «cristazo limpio», que dijo Luis Cernuda. Está claro que llevan razón los que afirman que si la experiencia sirviera de algo, a partir de cierta edad ya no deberíamos resfriarnos, pero no sirve de casi nada. Y mucho menos que de nada la colectiva. Sobre todo porque no existe.