Desafío Obama
Actualizado: GuardarBarack Obama ha consumado con su incontestable victoria en las elecciones de EE UU un singular viaje personal y político que le ha llevado a encarnar el logro histórico de haberse convertido en el primer presidente afroamericano del país, un hito que supone una indiscutible reivindicación de la larga lucha por la igualdad de la población negra y de los anhelos individuales de cada uno de sus ciudadanos. Resultaría tan injusto como inexacto atribuir el triunfo de Obama, que se ha impuesto a John McCain por seis puntos de diferencia demostrando, entre otras cosas, la eficacia de su campaña en la captación del voto en los estados decisivos, al factor racial que ha transformado su largo camino hacia la Casa Blanca en un relato de superación colectiva. Pero es precisamente la identificación con el proyecto de Obama de quienes han sufrido la herencia de la discriminación la que confiere un valor excepcional al ascenso al poder del candidato demócrata. De hecho, cuando el todavía senador por Illinois saludó su victoria subrayando la llegada efectiva del «cambio», sus palabras aludían al salto más perceptible que ha supuesto su victoria. Es elocuente que el granero de Obama se haya llenado con los votos de las minorías, las mujeres y los jóvenes, los colectivos que mejor se asocian a los retos pendientes y a la esperanza de futuro, dos de los ejes de la distintiva retórica del ganador.
Obama ha acreditado un inusual talento para galvanizar el voto de un país con síntomas de agotamiento tras la grisura del mandato de Bush y necesitado, sobre todo, de un liderazgo renovado para hacer frente a una crisis económica sin parangón en las últimas décadas. Pero las connotaciones históricas de su triunfo y el cariz casi mesiánico de una campaña que le ha presentado como el único revulsivo posible representan en este contexto no sólo el estímulo que le ha permitido conquistar el poder que parecía inaccesible cuando formalizó su candidatura hace dos años. También han generado tal expectación, dentro y fuera de EE UU, que van a obligar al nuevo presidente a responder a las mismas sin apenas transición; una exigencia para que su gestión se acomode a la altura de la euforia que ha desatado en significativos sectores de la sociedad estadounidense que se verá agudizada por la gravedad de los problemas heredados -en particular, los conflictos en Irak y Afganistán- y la crudeza de la crisis. Al atribuir tanto significado a su llegada a la Casa Blanca, Obama está obligado a dotar de contenido a todo lo que ese momento está implicando. Su canto a la unidad en torno a la grandeza del liderazgo de EE UU evidencia tanto una voluntad de representar a los 55 millones de electores que se decantaron por su rival, como de insuflar confianza en la perdurabilidad del predominio mundial que Obama pretende retener sustituyendo el ensimismamiento de Bush por la complicidad multilateral. La elevada participación en las urnas, que ha reanimado el pulso democrático en el país, la elegante y patriótica aceptación de su derrota por parte de McCain y el compromiso de Bush de que facilitará la transición parecen coadyuvar a ese objetivo de reconstituir a una sociedad que ha confiado a Obama el salvamento de la quiebra económica.
Los márgenes del futuro
Es una incógnita, sin embargo, el tiempo que durará el efecto balsámico que ha podido suponer su elección y también el margen real de maniobra de que dispondrá. Obama cuenta con mayoría en las dos Cámaras, pero no con la suficiencia precisa para evitar que el Senado pueda restringir su actuación; del mismo modo, el inédito plan de rescate aplicado para sostener al sistema financiero ha comprometido hasta tal punto al Tesoro que la nueva Administración apenas contará con herramientas para reorientar el proyecto que el propio Obama avaló anticipándose a un dubitativo McCain. El papel que asuma Obama en la cumbre internacional del día 15 en Washington, en la que sus planteamientos deberían hacerse presentes, tendría que servir para ofrecer un primer avance sobre cuáles son sus intenciones con respecto a la eventual refundación de los mecanismos financieros y a la representatividad de Estados Unidos ante las potencias emergentes y los nuevos países con economías solventes.
En paralelo, Obama deberá concretar cómo se conjuga el nuevo modelo de seguridad que Bush está negociando con el Gobierno iraquí con su compromiso electoral de proceder a la retirada de las tropas en los 16 meses que sigan a su jura en el cargo, el próximo 20 de enero. Aunque será el refuerzo de los efectivos en Afganistán, la guerra en trance de perderse, la que pondrá a prueba la capacidad del presidente estadounidense para atraerse la complicidad internacional a la que aspira y que constituye una invitación para establecer la cooperación leal con España. Así lo entendió ayer Rodríguez Zapatero al ofrecer al presidente electo una alianza «fiel», aunque ese gesto ha de acompañarse de un diseño más nítido de qué tipo de relación quiere mantener nuestro país con EE UU y su encaje con la aspiración de mayor influencia por parte de la UE.