MADRUGADORES. Un grupo de votantes hacen cola a primeras horas de la mañana de ayer para depositar su voto en un colegio electoral de Kentucky, situado en un restaurante. / AP
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Urnas repletas para relevar a Bush

Se calcula que al menos 130 millones de estadounidenses acudieron a votar, lo que supera la participación del 60,7% alcanzada hasta en 2004

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«No votes, ¿eh? No votes», gritaba ayer Gregory Hudson a todo el que pasaba por la acera. El portero del hotel Blake, cercano al parque Grant de Chicago donde habían organizado su fiesta los demócratas, repetía la consigna sarcástica de un puñado de actores de Hollywood (Leonardo di Caprio, Forest Whitaker, Dustin Hoffman y un largo etcétera de estrellas) que con su vídeo han contribuido al récord de participación electoral registrado ayer.

Se calcula que al menos 130 millones de estadounidenses se volcaron en las urnas dispuestos a hacer horas de cola para votar. La mayoría estaban impacientes por nombrar al sucesor de George W. Bush. Un sucesor que inicia una nueva era pero que se enfrentará a viejos y graves problemas. La delicada situación económica y las guerras de Irak y Afganistán serán algunos de los principales retos que debe afrontar el heredero de un legado envenenado por el todavía inquilino de la Casa Blanca.

La presumible avalancha de votantes anunciada por todos los medios obligó a muchos a madrugar, lo que paradójicamente causó las mayores aglomeraciones en torno a las 7 de la mañana. Pero aunque los números definitivos de participación tardarán meses en saberse, es conclusión unánime de todos los expertos que ayer se rebasó con mucho la marca del 60,7% de 2004, cuando ya se registró la participación más alta desde 1968. Un año de cambio social que conectaba con la actualidad, como si el país despertase de un largo letargo.

Ayer resucitaron muchos apáticos políticos que parecían haber tenido una epifanía electoral. Era el caso de Clark McComb, un afroamericano de 50 años que votó por primera vez en su vida en un colegio del South Loop de Chicago. «Nunca creí en los votos. Hace treinta años intenté votar una vez y no supe cómo hacerlo, así que me volví a casa y hasta hoy».

El cambio necesario

Barack Obama, que tanto ha trabajado en Chicago para organizar a sus hermanos de color, estaría orgulloso de él. No sólo porque ayer le dio su voto, sino porque McComb explicaba con mucho civismo que él no había acudido a las urnas «para hacer presidente a Obama, sino porque he comprendido que si no soy parte del proceso no tengo derecho a quejarme». McComb, con aspecto de vagabundo y al que le faltan la mitad de los dientes, decía «haber leído mucho últimamente sobre política» y estar convencido de que su país necesita el cambio de Obama.

Del mismo modo se manifestaba Kevin Lynch en la escuela donde ayer se daban cita ricos y pobres, unidos por el proyecto de cambio del representante por Illinois. «Obama es mi hombre, y estoy muy entusiasmado con él, a pesar de que no podrá hacer mucho por la situación en que le han dejado el país. Pero si lo único que hace en cuatro años es acabar con la guerra de Irak, seré mucho más feliz que en los últimos ocho».

No fue sólo el sentido del deber y la esperanza del cambio lo que provocó el alud en las urnas, sino «la urgencia del ahora» que les ha pregonado Obama parafraseando a Martin Luther King, y la emoción de sentirse parte de la historia. En Kentwood, el barrio del lado sur de Chicago donde vive Obama, había quien ya le felicitaba por su victoria antes de que se contara un solo voto. Felicidades, Mr. President, decía por un lado la pancarta que portaban Patricia y Ezra, un matrimonio negro. Por el otro, una palabras de pésame por su duelo familiar. «Que Dios bendiga a tu abuela». La mujer que lo crió falleció el lunes a los 86 años, sembrando de luto las últimas millas de Obama, que todavía ayer dio un mitin final en Indiana.

Como Illinois estaba ganado, muchos de sus entusiastas seguidores cruzaron la frontera a los estados vecinos donde todavía perduraba la duda electoral para tocar a las puertas y convencer a los rezagados. Hasta un millón de voluntarios se afanaron en la tarea para captar votos hasta el final.

También John McCain, que se recorrió siete estados en diecisiete horas antes de aterrizar en su hogar de Arizona, hizo un último esfuerzo en Colorado, un estado clave donde ya habían votado más de la mitad de los electores mediante el sufragio anticipado. «Este año parecía hasta poco patriótico no votar temprano», dijo Mary Schmich en las páginas de The Chicago Tribune.