PINCHITO MORUNO

María Cala

La indumentaria era de fiesta. No era para menos. Ella, a sus 65 años ya cumplidos, protagonista de un libro. Ella, que viajó con Lola Flores, que admira a Rocío Jurado porque era la más grande, sentada en el Salón Regio de la Diputación que, como muy bien dice el Libi, con tanto dorado, parece una caja de bombones.

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La habían sentado en la Presidencia, con los principales e incluso en un momento del acto se levantaría para hablar. Chaqueta verde botella, más bien brillante, pañuelo al cuello, pantalón. Dos salzillos como de estrellitas, gafas de sol, por aquello de mantener el misterio y ocultar un poquito esas señales que en los alrededores de los ojos te deja la edad. Sólo ella podía lucir con arte ese sombrero, una especie de gorro como de vaquero pero con un adorno de cuerda de esparto. En cualquiera hubiera sido objeto de cachondeo. En ella era un toque de glamour, porque con ese se nace y con la edad hasta se multiplica.

María Cala o Manuel Cala, que es su nombre de carné de identidad, es uno de los siete personajes que recoge el libro El Duende de Cádiz que en la noche del viernes se presentaba en la Diputación con la presencia de su autor, el periodista de la Cadena SER Fernando Pérez Monguió.

María, cuando se levantó para contar a pregunta de Fernando qué es el duende de Cádiz, contó cómo a los mariquitas en Jerez durante la posguerra se les perseguía y por el mero hecho de pasearse por las noches por las calles eran conducidos por la Guardia de Asalto hasta la prevención.

María contaba cómo cuando llegaban hasta el cuartelillo no las encerraban en los calabozos, ni les ponían las esposas, sino que cogían fregonas y cubos para que les vistieran de limpio la Comisaría. Así una y otra vez.

María lo cuenta como un cuento y es capaz de llevar estas desgracias de su vida con una dignidad que muchos quisieramos lograr. María, ahora estrella por un día en la Diputación de Cádiz, personaje de libro, homenajeada a sus 65 años, es uno de tantos mariquitas que sufrió mucho durante la Dictadura, como La Petróleo de Cádiz, la más escamondá del barrio de La Viña, que las aceras de la calle Misericordia estaban relucientes de lo que le pasaba esa mujer la fregona ataviada con un yersy de piquito ajustao para que se vieran bien sus estrenadas tetas de silicona.

Son una generación de personas ya mayores, que no salieron del armario, porque ni eso tenían y que han tenido la virtud de tomarse a cachondeo sus desgracias. Ellos también fueron víctimas de la Dictadura y de la sociedad que la apoyaba siempre dispuesta a humillarles por el mero hecho de ser diferentes. Es el racismo...pero el de lo que se denominaba la gente bien.

Ahora, esta misma gente bien, los que vigilan la moral aquí, los que entienden que la única educación para la ciudadanía es la que manda la ley de Dios, los que aquí defienden la vida y allí en Irak defienden la muerte, quiere de nuevo abrir el debate del matrimonio entre personas del mismo sexo.

Es mucho el camino conseguido y no es hora de echarse atrás. Estas personas que ahora, gracias a Dios, pueden pasearse por la calle sin ser enviados a la Prevención a limpiarle los retretes a la Policía, tienen el mismo derecho que nosotros a casarse y a vivir en paz y a disfrutar de ese día vestidos de etiqueta, aunque seguro que el traje de novia de María Cala tendría más glamour que el rizo de Estrellita Castro.

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