Un retiro dorado
Los jubilados sueñan con afincarse en Sarasota, un paraíso diseñado a su medida en el que los restaurantes tratan de forma exclusiva a las mascotas
Actualizado: GuardarSarasota es tierra de seniors, el eufemismo con el que en Estados Unidos se llama a la tercera edad. Gracias a su clima benigno, la península de Florida aparece como el asilo del país, el hogar de aquellas chicas de oro televisivas entregadas al dulce far niente. «Si preguntáis a cualquier extranjero, os explicará que la diferencia más dramática entre Estados Unidos y su país es que aquí la gente no tiene familia», reflexiona James Nolan, nuestro amigo escritor de Nueva Orleans. «Los norteamericanos ignoran a sus hijos y se quitan de encima a los mayores. El personal que atiende los centros de día y las residencias para la tercera edad es mayoritariamente inmigrante y femenino. ¿Dónde estarían Florida y California si no contaran con estas mujeres sin papeles que cuidan a los ancianos de otros?».
Janice y Sheldon Doyle matan la mañana en la terraza del Olearys, un bar en el puerto deportivo de Sarasota. Aplauden a un clon de Willie Nelson armado con una guitarra y piden otro cóctel. «Vendimos nuestra casa de Rhode Island y nos vinimos aquí. Aquello era muy bonito en verano, pero en invierno... Florida te garantiza buen tiempo todo el año». Los Doyle estuvieron un verano de vacaciones en Mallorca y vinieron encantados. No es de extrañar que les guste este edén turístico donde el dinero asegura vacaciones perpetuas.
Viven en Willow Creek, una urbanización de casitas diseñadas para mayores. Los baños están adaptados y hay actividades de ocio a diario. Cuentan con transporte para ir de compras, un club social con librería e internet, salón de belleza, lavandería y área de picnic. La vida es amable en Sarasota. Te puedes vacunar contra la gripe en un supermercado y los restaurantes disponen de pequeños recipientes de agua con hielo a la entrada. Son los doggie bowls, para que sacien su sed las mascotas.
Apoyo a McCain
El paraíso de una masa jubilada proclive, en principio, a McCain. «Obama dice que quiere distribuir vuestra riqueza. ¿Os daré un consejo: vigilad las carteras!», arengó el candidato republicano en Florida. Los Doyle se resisten a desvelar la pensión que cobran: lejos de nuestra picaresca, ningún americano está orgulloso de recibir subvenciones del Estado. Algunos años han votado demócrata y otros republicano. Empatizan con McCain por edad y patriotismo. «Es un hombre decente y trabajador. Y un héroe de guerra que arriesgó su vida por nuestro país. Será un gran presidente».
A Curt Sarff le relaja pasear su perro y escuchar el tintineo de las jarcias en los pantalanes. Calza unos crocs, los zuecos de goma que causan furor en una zona poco preocupada por las apariencias. «McCain ha prometido acabar con la codicia y la corrupción de Wall Street, las causas de la crisis que padecemos. Él nos salvará del socialismo que propugnan los demócratas». Los carteles que tachan a Obama de socialista le insultan. «Es un sistema político que está bien para ustedes, en Europa, pero que atenta contra el modo de vida en Estados Unidos».
Ciudad de sirenas
Camino de Weeki Wachee, la ciudad de las sirenas, el modo de vida del que habla Curt se traduce en la sucesión de centros comerciales que jalonan la carretera. Hay farmacias gigantescas abiertas las 24 horas, centros de cremación de mascotas, tiendas mastodónticas de alquiler de herramientas y mares de coches de ocasión señalados con banderas. Por 3.000 dólares se puede comprar una camioneta o pick up que sería la sensación de nuestro barrio. Los nombres de las cadenas hoteleras terminan en Inn. Carteles de candidatos a sheriff compiten con clínicas donde practican la vasectomía «sin agujas ni escalpelos». En un aparcamiento han plantado atracciones hinchables para los más pequeños, un tipo de actos que siempre están patrocinados por algún banco o empresa local, nunca por el Ayuntamiento.
Weeki Wachee surge como uno de esos enclaves kitsch que sólo existen en Estados Unidos. La única ciudad de sirenas reales se beneficia de un manantial artesano que alimenta un teatro submarino. Elvis Presley aplaudió a las nadadoras que, disfrazadas con cola de pez, toman bocanadas de aire de unos tubitos sumergidos. «Realmente bonito», concede Jean Lancaster, jubilada de excursión. Su hijo en Nueva York acaba de quedarse en paro y ella le echa una mano con la hipoteca. «Votaré a Obama porque las cosas no pueden ir peor. Escucho a gente de mi edad hablar de McCain como un patriota y me quedo perpleja. ¿No se dan cuenta de que vivimos la peor crisis desde el crack de 1929?».