LA HOJA ROJA

Truco o trato

L a batalla de Halloween la perdimos hace mucho, no se engañen. Mucho antes de que las absurdas calabazas -«la gran calabaza» la llamaba Linus, el de Snoopy, antes de que las pijas tomaran su nombre en vano- destronaran a las castañas y a los huesos de santo. Mucho antes de que se dejaran de visitar los cementerios y la celebración del día de los difuntos se quedara sin contenido. Ni tenorios, ni ánimas, ni boniatos, ni buñuelos. Brujas, esqueletos, demonios y calabazas. Lo que de EE UU venga, bien recibido sea. Dicen que la diferencia entre Nueva York y España no son seis horas, sino diez años. Puede. Porque mientras en El Puerto de Santa María se amplía el dispositivo policial para controlar las fiestas de Hallowen -esas ridículas fiestas que se han gaditanizado sacando el disfraz dos meses antes-, en América están abandonando la costumbre de pedir caramelos en las puertas de los barrios elegantes y la nueva moda es ahorcar muñecas con la cara de Sarah Palin y colgarlas en las ventanas -son ideas para el Millonario, no se crean, que un muñequito con la cara de algún político de por aquí, puede quitarnos los papanoeles de los balcones para Navidad-.

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Este año, el Halloween viene precediendo a la gran fiesta americana. El martes, ya lo saben, se desvelará la incógnita esta que nos trae tan preocupados. Habrá un presidente de color -de color negro, se entiende- o un presidente con nombre de patata congelada y mamá pistolera a la espalda. Habrá un antes y un después, o eso nos dirán, y desde aquí, ajenos a lo que realmente está pasando en los United States pensaremos que también formamos parte de una u otra forma, del gran sueño americano. Eso, es lo que parece que le está pasando a nuestro presidente, que anda suplicando a unos y a otros que le dejen ir a la cumbre financiera del próximo día 15. Tratos que está haciendo el Gobierno para después del día internacional del truco. Todo es lo mismo.

En cualquier caso, hemos perdido la batalla. La fiesta de los Tosantos, ésa que decimos que es tan nuestra pero que tiene réplicas en muchas ciudades españolas, ha dejado de ser lo que era. Ni la plaza es la misma plaza ni ya se torean los mismos toros. Que no es lo mismo, qué quieren que les diga, darse una vuelta por Pecino para comprar castañas, que coger el uno y bajarse en Varela y comprar las castañas en el Lidl. Que no es lo mismo, para qué vamos a insistir, visitar una exposición en el Palillero mientras un grupo de animación pretende animar lo inanimable, que recorrer las calles del pescado abarrotadas de gente. Que hay que asumirlo, que hemos perdido la batalla. Por mucho que las pijotas esperaran que les tocara un piso, por mucho que los pollos jugaran a la lotería en La Caleta o por mucho que los burgaíllos, los muergos y los mejillones fueran testigos de un festival aéreo, la fiesta ha perdido interés al tiempo que han ido ganando espacio los escaparates llenos de telarañas y de cucarachas -bueno, así están muchos escaparates de Cádiz durante todo el año, tampoco han tenido que hacer mucho esfuerzo-. Las guarderías, los colegios, los mismos que dentro de unos meses sacarán una procesión porque los niños están muy graciosos vestidos de curas y de mantillas, celebraron ayer la fiesta de Halloween, que nunca es demasiado pronto para que aprendan las tradiciones.

Y mientras, los cementerios, esos sobre los que se asentaba nuestra tradición del día de los difuntos, están vacíos. Vacíos por dentro y vacíos por fuera. Con la moda de las incineraciones, ¿a quién se le llevan flores? ¿Quedan nichos por arreglar? ¿Quedan sepulcros blanqueados? ¿Queda alguien que encienda una luz -mariposas se llamaban las que se encendían sobre aceite- por los que se fueron? Queda un cementerio, el de San José, que espera a su demolición para terminar el censo de represaliados del franquismo, antes de convertirse en el Parque del Descanso -el mal gusto sigue teniendo adeptos- y borrar para siempre de esta ciudad el recuerdo de los que allí estaban. Que Chiclana sigue estando lejos y por mucho que los trabajadores del Mancomunado hayan convocado una huelga para hoy, no se va a notar demasiado.

Antiguas costumbres, dirán muchos. Como la de representar el Tenorio, una obra que los alumnos no han leído ni van a leer porque, como ya andan diciendo los que deciden los planes de estudio, el manga les interesa mucho más. Nuevas costumbres, hay que admitirlas. Pero mientras, la resistencia se viste de Don Juan cada dos de noviembre, una iniciativa que lleva liderando la Universidad de Cádiz muchos años y que se ha convertido en una rareza, una aguja en el pajar este en el que retozamos.

Mañana Cacaruca Teatro desvelará, por fin, los secretos del Cuaderno de Cristofol, un documento recientemente descubierto por un grupo de investigadores de la UCA que está revelando detalles sorprendentes sobre el incierto origen del personaje de don Juan Tenorio. La presentación -que puede tener truco, pero de los de verdad-será conducida por Pepe Palao y contará con las intervenciones de la especialista en conservación Ana Remón y los profesores Alberto Romero y Arturo Morgado y luego se ilustrará con una lectura dramatizada basada en texto del Cuaderno y del Tenorio de Zorrila acompañada de frutos secos y anís. La cita será en la Lechera a las nueve de la noche, una forma de protestar ante tanto Halloween y tanta yankilada, una forma de decirle al mundo que ni Obama ni McCain nos quitan el sueño Así que ya saben, si no fueron ustedes el pasado lunes a ver los mercados, si se han perdido esta mañana la bendición de las aguas de la Caleta, les propongo un trato. Déjense de anacardos y de orejones, vuelvan a la castaña y al pan de higos. Que ya vendrá, solito, el tiempo de los trucos.