Botellódromos y selvas
CALLE PORVERA Recuerdo que no hace mucho comenté sobre las virtudes y defectos del botellódromo de Jerez -cuya denominación cambia entre semana-. Comparaba esa zona en la que la ley levanta el veto junto al parque González Hontoria con otra mucho más refinada justo en la otra punta del país. Exactamente, en San Sebastián. La sociedad vasca tiene sus propios problemas, sus propias taras como cualquier otro poblado del mundo, pero en lo referente al botellódromo se encuentra a años luz de lo que Jerez vive cada fin de semana.
Actualizado: GuardarEl Ayuntamiento jerezano ha llevado a sus adolescentes a un desierto, a un descampado decorado con cuatro contenedores y cinco servicios de plástico. Los ha llevado a un desierto que al anochecer se convierte en una selva en la que no sólo se levanta el veto sobre el alcohol. Allí no hay ley que valga, entre otras cosas porque la presencia de seguridad es prácticamente testimonial. Independientemente de las características de la juventud de Jerez y la de San Sebastián, aquí la Policía Local se dedica a poner multas a aquellos vehículos que están estacionados en doble fila, mientras que en Guipúzcoa varias patrullas caminan entre los jóvenes recomendándoles que tiren las botellas a los contenedores al terminar la fiesta. ¿Cuestión de talante? Quizás, simplemente cumplan sus órdenes. Con mis propios ojos he llegado a ver como esos policías iban tirando botellas de los chavales que ya habían empezado la segunda de ronda.
Ver a un hijo con el rostro desfigurado debe rellenar el alma de ira, pero parece lógico que esa madre no sólo dé gracias a Dios por no perder a su hijo, si no que además, ponga la pertinente denuncia a unos administradores que desde el primer momento han permitido que el botellódromo de Jerez sea una auténtica selva.