Lima sentimental
Miraflores, la Perla, San Marcos, la Catedral, Azángaro... son los lugares donde los personajes de Vargas Llosa se abren a la edad adulta
Actualizado: GuardarHay lugares que a fuerza de ser escenario de las novelas de nuestra vida terminan por convertirse en familiares. Algunos son imaginarios, como Macondo, Comala o Santa Marta. Otros están en los mapas y aunque no hayamos pisado nunca sus calles los conocemos tanto que podríamos caminar por ellas sin sentirnos ajenos. Incluso buscaríamos aquel café del que tanto hemos leído, o ese parque en el que nuestros héroes y heroínas se besaron al abrigo de los árboles. Lima es una de esas ciudades reales que está en nuestra imaginación con sus calles y sus playas, sus bares, sus iglesias y sus pulperías. No hace falta haber estado allí: a lo largo de sus obras, sobre todo las de su primera época, Mario Vargas Llosa ha dibujado sus paisajes y ha inmortalizado rincones que hoy, por efecto de la desidia o la piqueta, ya no existen. Es lo que sucede precisamente con 'La Catedral', el modesto tugurio en el que transcurre la larga charla que da título a la para muchos mejor obra de su autor. Hoy no es más que un pequeño edificio en ruinas del que apenas si quedan en pie unas tapias y una puerta con un arco de medio punto. Algún día no muy lejano se levantará allí un edificio de oficinas o un banco, pero en la memoria literaria quedará para siempre Santiago Zabala y la pregunta que no era capaz de responder: «¿Cuándo se jodió el Perú, Zabalita?» El periodista Rafo León acaba de publicar 'La Lima de Mario Vargas Llosa. Rutas literarias' (Ed. PromPerú), un estudio que permite seguir, con gran abundancia de fotografías, los pasos por la ciudad de los personajes de las primeras obras del escritor hispano-peruano.
Una ciudad que en muchos casos ya no existe. Porque la Lima de Vargas Llosa es en realidad la de los cincuenta, su propio escenario en los años del colegio militar Leoncio Prado y luego en su paso por la Facultad de San Marcos. Después, Vargas Llosa viajó a Madrid, más tarde a París, a continuación se instaló en Barcelona y, alcanzada la gloria literaria, se convirtió hasta hoy en un viajero impenitente que pasa el año sobre todo entre Londres y la capital de España. No es que no haya vuelto a Lima, pero parece como si le interesara literariamente sólo la ciudad que conoció en su juventud. Es lo que sucede en su última novela: en 'Travesuras de la niña mala', el narrador y la muchacha viven una historia de amor intermitente y tragicómico que arranca en una fiesta en el barrio de Miraflores, distrito donde residió el autor en sus años de adolescencia y rebeldía contra el padre primero ausente y luego reaparecido, en algunos momentos para su mal.
Mediado el siglo XX, Lima era una ciudad detenida en el tiempo, explica Rafo León. El joven Mario y sus amigos, miraflorinos de clase media-alta (aunque el escritor nació no en la capital sino en Arequipa) tuvieron su iniciación a la vida adulta en su propio distrito y luego en espacios como el barrio de La Perla, donde se ubica el Leoncio Prado, y la plaza de San Martín, uno de los centros neurálgicos de la ciudad. Son lugares que aparecen en casi todos sus relatos de esos años, de 'La ciudad y los perros' a 'Conversación en la Catedral'.
A diferencia de lo que sucede con las novelas de su etapa más reciente, el escritor describe con la fidelidad de un notario la orografía de sus calles. «La avenida Pardo continuaba solitaria. Acelerando el paso sin cesar, caminó hasta el cruce de la Avenida Grau», escribe en 'Día domingo'. Y párrafos más adelante: «La avenida Diagonal desemboca en una pequeña quebrada que se bifurca; por un lado serpentea el malecón, asfaltado y lustroso; por el otro, hay una pendiente que contornea el cerro y llega hasta el mar».
El escenario se completa con el detalle de cafés, teatros, colmados y otros locales en los que los jóvenes estudiantes primero y profesionales más tade, como el periodista de 'Conversación en la Catedral', pasan sus horas de ocio y charla. «Al salir de la Universidad (...) conversaban horas en El Palermo de La Colmena, discutían horas en la pastelería Los Huérfanos de Azángaro, comentaban horas las noticias políticas en un café-billar a espaldas del Palacio de Justicia». En un párrafo, Vargas Llosa introduce en la narración algunos de los locales más populares, entonces y ahora: el bar Palermo, centro de reunión de poetas y artistas de toda condición durante un par de décadas, y la pastelería, un establecimiento en el centro mismo de la ciudad, también lugar de paso ineludible para gentes de cualquier edad.
Primeros amores
Muchos años después, en 'Travesuras de la niña mala' habla de otros lugares también inolvidables en la geografía sentimental de la ciudad. Lo hace justo en el arranque: «Aquel fue un verano fabuloso. Vino Pérez Prado con su orquesta de doce profesores a animar los bailes de Carnavales del Club Terrazas de Miraflores y del Lawn Tenis de Lima, se organizó un campeonato nacional de mambo en la Plaza del Acho (...) y mi barrio, el Barrio Alegre de las calles miraflorinas de Diego Ferré, Juan Fanning y Colón, disputó unas olimpiadas de fulbito, ciclismo, atletismo y natación con el barrio de la calle San Martín, que, por supuesto, ganamos». No se encuentra ya en esas páginas el detalle de sus libros de cuarenta años antes, pero la ciudad sigue estando ahí, omnipresente, casi tan protagonista como los personajes.
La Lima de aquellos años era una ciudad tan rígidamente estratificada por clases sociales y distritos que los jóvenes crecían sin conocer lo que pasaba fuera de sus propios espacios. Lo cuenta también Ricardo, el protagonista-narrador de 'Travesuras...': «Seguramente lo mismo ocurría fuera de Miraflores, más allá del mundo y de la vida, en Lince, Breña, Chorrillos, o los todavía más exóticos barrios de La Victoria, el centro de Lima, el Rímac y el Porvenir, que nosotros, los miraflorinos, no habíamos pisado ni pensábamos tener que pisar jamás».
La educación sentimental de aquellos años debe mucho al cine, y las salas más importantes de la capital peruana aparecen con su nombre en los relatos de la primera etapa. En 'Los cachorros' están citados uno tras otro, una letanía de nombres cada uno con su historia y sus películas y los actores y actrices cuya imagen era proyectada sobre las viejas pantallas. «Nos íbamos a la cazuela del Excelsior, del Ricardo Palma o del Leuro, a ver seriales, dramas impropios para señoritas, películas de Cantinflas y Tin Tan». Mucho después, los cines aparecen en 'Travesuras': «Nos cogíamos de la mano en las matinées del Ricardo Palma, el Leuro, el Montecarlo y el Colina...». También figura otro establecimiento que forma parte de la historia de la ciudad, cuando el narrador ve «los amarillos carritos de los heladeros de D'Onofrio, uniformados con guardapolvos, blancos y gorrita negra, que recorrían las calles día y noche anunciando su presencia con una bocina».
El turista puede recorrer con un plano en la mano la geografía de Vargas Llosa, aunque muchos lugares ya no existen. Es el caso de algunos cafés, cines y heladerías. Incluso ha sucedido con el parque Salazar, un lugar de reunión de los adolescentes de Miraflores, en el que hoy se levanta un complejo de aún mayor éxito entre los jóvenes: el Larcomar, que reúne cines, tiendas y establecimientos del ocio más crudamente comercial. Otros, como calles y plazas, siguen ahí, pero con un aspecto radicalmente diferente. Algunos han sido salvados y tras unos años de abandono han recuperado la función que tenían cuando el escritor era un joven pluriempleado hasta lo inverosímil (llegó a desempeñar siete empleos a un tiempo, uno de ellos anotador de los nombres de las lápidas del cementerio): el caso más notable es el del colegio militar Leoncio Prado, cuyos barracones se han modernizado y acogen de nuevo a estudiantes de procedencias y aspiraciones muy diversas. Quizá en sus aulas se encuentre ya el joven que describa la Lima de comienzos del siglo XXI con el derroche de calidad narrativa con que Vargas Llosa pintó la de hace cinco décadas.