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El puente del Océano

Si reconocemos que el fecundo diálogo mantenido que, durante siglos, con el pueblo de Cuba -y más concretamente con los habitantes de la Habana- ha enriquecido notablemente nuestro acervo cultural, podemos aventurar que, en estos momentos, también puede ofrecernos una posibilidad efectiva de mutuos beneficios. Hemos de tener presente que nuestro Océano y nuestro cielo comunes, que han sido durante más de cinco siglos un amplio puente de comunicación comercial entre las dos orillas, también han facilitado los intercambios musicales, teatrales, literarios y pictóricos.

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En los baúles en los que se encierra y en las vitrinas en las que se exhibe nuestro patrimonio cultural también encontramos, además de los cantes flamencos, diversas creaciones arquitectónicas, escultóricas y pictóricas que pueden ser igualmente catalogadas como «de ida y vuelta». Fíjense, por ejemplo, en las fachadas barrocas de nuestra iglesia del Carmen o en la del Hospitalito de Mujeres.

La exposición Sorolla y sus contemporáneos, instalada en el Castillo de Santa Catalina, nos demuestra que, más allá de las retóricas al uso -esas que comparan la cantidad de negritos y la intensidad del salero- el arte de la pintura constituye una demostración clara de la riqueza que nos aportan esos intercambios de conceptos sobre el arte y, por lo tanto, esos trasvases de concepciones sobre la vida humana. Los 46 cuadros que forman esta muestra itinerante de la Fundación Unicaja, además de ilustrarnos sobre las corrientes pictóricas que discurrían durante los últimos años del siglo XIX y los principios del XX, cuando se fraguaba el concepto de modernidad en Europa y se iniciaban las vanguardias artísticas, nos explican las características del iluminismo, un estilo que, como es sabido, es la interpretación hispana de impresionismo francés.

Las obras aquí exhibidas proceden de la colección de pintura española del Museo de Bellas Artes de la Habana una ciudad que -aunque no es ni se parece a Cádiz- posee una extensa pinacoteca creada a partir de las cesiones de coleccionistas privados e institucionales a lo largo de las últimas décadas e incluye unos cuadros de artistas tan importantes como Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, Hermenegildo Anglada Camarasa, Santiago Rusiñol, Francisco Pons Arnau o Enrique Martínez-Cubells Ruiz Diosayuda.

Los que acudan podrán comprobar que no exagero si, al narrarles las impresiones que he recibido durante esta grata visita, les repito los comentarios espontáneos que, en esta soleada mañana del Rosario, escuché a los numerosos visitantes de diferentes edades. Eran muchos los que, sin hacer alardes de conocimientos librescos, se referían a las pinceladas sueltas, al gusto por el aire libre, a la búsqueda de lo fugaz, a la captación de los efectos de la luz, a la ausencia del negro y a la difuminación de los contornos.

Tengo la impresión de que esta exposición, además de oxigenar y de aclarar el ambiente de este otoño tan nublado por la crisis económica, nos puede ayudar para que, al menos, soñemos con unos nuevos horizontes en los que reestablezcamos las conexiones con un pueblo con el que tenemos tantas cosas de las que conversar. Ojalá que esta exposición sirva, al menos, para reemprender esos caminos anchurosos que nos abran nuevas perspectivas y que nos liberen del limitado horizonte en el que, durante las últimas décadas, nos estamos desenvolviendo.