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Centenario de don Nicolás Salmerón

Hace cien años falleció fuera de su patria uno de los más señeros filósofos, oradores, escritores y políticos: don Nicolás Salmerón y Alonso, uno de los más preclaros representantes del krausismo, esencial germen de lo que iba a significar uno de los más importantes hitos en la docencia en España, gracias a la cualificada Institución Libre de Enseñanza, que tantos intelectuales en las artes, en las ciencias y en las letras que a nivel internacional enriquecieron nuestra cultura de carácter liberal.

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Murió en Pau (Francia), en el exilio, como innumerables ilustres españoles: Blanco White, Goya, A. Machado o María Zambrano. Tras nacer en Alhama de Almería, -otro insigne andaluz-, ministro de Gracia y Justicia, presidente del Congreso y presidente de la I República, sustituyendo y siendo sustituido en la Jefatura del Estado por quienes como él fueron emblemáticos hombres en la historia de España Pi y Maragall y el gaditano Emilio Castelar.

Muy influenciado por el alto magisterio de Adolfo de Castro y Julián Sanz del Río; por su coherencia, siempre logró sorprenderme extraordinariamente desde mi etapa estudiantil, que don Nicolás Salmerón dimitiera, desde la más alta magistratura que desempeñaba por no firmar varias sentencias de penas de muerte, cuando la historia de España que está aciágamente llena de pronunciamientos y guerras fraticidas, parece estar escrita con la sangre de miles de hombres y mujeres, en los que muchos de sus dirigentes no dudaron en considerarse dueños de vidas y haciendas, alguno de ellos a la hora del café y en su caso al ser preguntados por lo que hacían responder con la mayor naturalidad: «Nada importante, eran unas penas capitales que tenían que firmar».

Cuando la Constitución de 1978 proclama: «Que todos tienen derecho a la vida», me resulta muy grato el ensalzar la vida de don Nicolás Salmerón al no mancharse las manos de sangre, cesando irrevocablemente en una España nada dada a conjugar el verbo dimitir, especialmente por los que se consideran mesiánicamente «salvadores» de la patria. De gestos de la nobleza ética y moral del señor Salmerón Alonso siempre estará precisa España, la humanidad toda.

Alfonso Aguirre Cabezas.

Puerto Real