El paseo de la pausa
Esta ciudad ya sólo puede producir calma, que no es poco. Sólo está capacitada por vocación y circunstancias para fabricar serenidad, lentitud y pausa. Este rincón periférico tiene la receta genuina del slow life en adobo como sólo saben prepararla los cocineros que la inventaron. La carrera por crear patentes de tecnología punta, por fabricar hardware de vanguardia y por producir telefonía móvil de última generación la perdimos sin empezarla siquiera. Eso de pensar, inventar, innovar y trabajar en cadena se nos da regular, así que mejor apostemos por mostrar y vender al mundo lo que sabemos hacer: crear disfrute vital con la menor cantidad de dinero posible. Podría parecer una ironía, pero hacen falta 30 siglos de conocer a todos los tipos de ser humano que pasaron por esta venta del cruce de caminos para llegar a tal nivel de sabiduría y descreimiento.
Actualizado: GuardarNingún otro lugar está tan capacitado para ofrecer esa relajación que tanto añoran los amargados urbanitas de más al norte, a los que tan bien se les da (o se les daba) ganar dinero pero tan atrasado llevan todo lo demás.
El lugar ideal en la orilla perfecta
Para crear ese paraíso de quietud son necesarios actitud y espacio. Lo primero lo tenemos de serie, pero lo segundo hay que ganarlo en una ciudad donde tampoco hay sitio para las fábricas de paz espiritual. Por eso parece tan buena noticia que el Ayuntamiento haya recogido una idea que circula desde hace unos años por las calles y las tertulias: parte del Paseo Marítimo de Cádiz debe ser cerrado al tráfico para crear un precioso y onírico bulevar frente al Atlántico.
Ahora que tanta gente parada hay, es más necesario que nunca un lugar para pasear, que es de los pocos entretenimientos gratuitos que ofrece la vida. El tramo que el gobierno local estudia vetar a los neumáticos, según admitió esta pasada semana la alcaldesa, es el ideal.
Más allá de sarcasmos, pocas ciudades de Europa tienen una playa tan amplia y cuidada (aunque hagamos lo posible por estropearla) ni tan vinculada a la vida urbana. Ninguna orilla tan limpia, tan ancha y tan luminosa tiene tan cerca más pisos, cajeros automáticos, restaurantes, cafeterías ni plazas de aparcamiento. Resulta difícil encontrar otro lugar en el que comodidades de la civilización y olitas del mar estén tan cerca en tan grandes cantidades. Es, por tanto, el lugar perfecto para crear ese gran paseo peatonal y marinero, pero sobre todo turístico.
A favor y (casi nada) en contra
Cualquier proyecto de este tipo provoca la aparición de una enorme retahíla de ventajas e incovenientes, aunque parece que en este caso las pegas son pocas. El carril que se cerraría al tráfico apenas aporta nada a la, poca o mucha, fluidez con la que los conductores pueden abandonar la ciudad. Ya hay cuatro carriles (dos en la Avenida principal y otros dos en la Juan Carlos I), que hacen el recorrido de forma paralela y, en un par de años, el segundo puente aportará más opciones para entrar y salir del Casco Antiguo. En cuanto a los aparcamientos que se pierden, tampoco parece un grave perjuicio. De hecho, durante varios meses al año, las aceras se pintan de azul, con lo que queda claro que los conductores que necesitan ese espacio para estacionar no son vecinos de la zona y rotan constantemente como turistas, visitantes y playeros que son.
Se trata de garantizar, únicamente, que las calles transversales que conectan Avenida y Paseo Marítimo entre Ingeniero La Cierva y el Carranza sirvan para entrar y salir de los garajes privados o permitan un razonable acceso a las furgonetas de reparto (que ya se buscan la vida para subirse, incluso, a las azoteas).
El perjuicio que puedan alegar algunos vecinos parece más fruto de esa moda egoísta titulada «bajo mi casa, no» que del sentido común. Sus pisos se revalorizarán, la ciudad ganará un espacio que debería ser exquisito, desde el punto de vista estético, urbanístico y hostelero. Tampoco hay que temer más nivel de ruidos o molestias que el actual. Los horarios de bares están muy controlados (hasta el aburrimiento y la falta total de alternativas) y además dejarán de pasar motos y coches, que siempre añaden algún decibelio de más.
Lo difícil es mantenerse
En una ciudad que parecía no tener planes porque está ejecutando con 20 años de retraso todos los proyectos que se pensaron entre 1970 y 1990 resulta refrescante y esperanzador que un plan tan ilusionante y sensato se convierta en una iniciativa institucional real.
Eso sí, como casi todo proyecto, será más difícil conservarlo que ponerlo en pie. Una vez dibujado ese idílico tramo peatonal lleno de terrazas y macetas, habrá que procurar que nunca devenga en circuito de carrera de amotitos de angangos. Habrá que darle a los ciclistas un Código de Circulación para recordarles que (además de derechos tan dignos de apoyo como pedir un carril) tienen obligaciones como no circular por las aceras, detenerse ante los semáforos en rojo y no atravesar por los pasos de cebra. Habrá que pararles los palés a camiones y camionetas. Habrá que recordar a los hosteleros que un buen servicio ayuda más que una cara de sieso y que la calidad es más recomendable que la chapuza. Habrá que pelear para que, en definitiva, ese bulevar que tan bien suena tenga el aspecto que merecen los privilegiados e involuntarios prodigios que el Atlántico regala a Cádiz.
Como último añadido, una idea peregrina. A ese tipo de paseos peatonales siempre les viene bien alguna excusa temática y mitómana. Como lo de llenar el suelo de huellas de actores ya está muy visto, podríamos proponer que cada estrella del Carnaval y el Falla inmortalice su nombre y estampe su pito (de caña) sobre el cemento fresco.
Así la gente tendría un motivo para hacerse una foto y una razón para caminar mirando el suelo, además de evitar los zurullos de los perros.