ASUMIDO. Los jóvenes posan en una plaza de la localidad. / A. V.
Ciudadanos

«Por menos de 5.000 no me mojo»

El testimonio de un grupo de adolescentes que convive con el hachís aporta claves del auge de este negocio

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Una de la tarde. Hora de estar en clase para aquellos que ni siquiera han cruzado por edad la Secundaria. Una hora lectiva para todos, menos para un grupo de adolescentes que consume la mañana en una plaza de Bonanza entre los aromas del 'chocolate' y el ruido de sus motos. No son una excepción, sólo hay que darse una vuelta por Sanlúcar para comprobar que no son los únicos que hacen pellas. «¿Te has fijado en la hora? Aquí no va casi nadie a clase. Para qué. Si no hay trabajo», espeta un chico que luce una cadena de oro con una imagen del Rocío de relieve más que sublime.

Todos se ríen cuando se trata de indagar en las causas que lleva a un menor a jugársela en la orilla de una playa. Pero cuando la confianza empieza a hacerse fuerte, las barreras comienzan a caer. «¿Que cómo contactan las redes con uno? Aquí todos nos conocemos y cuando hay un negocio de por medio, se ofrece uno y si el precio te interesa, pues aceptas» No existe miedo a una detención o al qué dirán, el mejor de los bálsamos son el BMW descapotable o el Volkswagen Golf aparcados a escasos metros. «Es verdad que hay gente que quiere ganar dinero rápido y se mete en este tema. Pero aquí no hay oportunidades y si la necesidad aprieta no va a ser uno tonto».

Los nombres de los protagonistas de esta entrevista improvisada han sido omitidos porque pese a que no esconden las partidas de hachís que llevan consigo y los porros que se fuman en la plaza, se trata de menores. Durante el tiempo que dura el encuentro, tan sólo uno de los chicos no enciende o cata un pitillo. Y es quién abre una línea de debate con ciertas dosis de madurez. Por cierto, explica que vive fuera de Sanlúcar y que sí estudia. «Es absurdo perseguir el hachís porque nunca se va acabar, ¿por qué no se legaliza de una vez y se termina con el narcotráfico?».

Transcurrida más de media hora sin que nadie reconozca abiertamente que alguna vez ha trabajado como porteador -peón que carga fardos- o punto -la persona que se encarga de la vigilancia durante un alijo-, uno de ellos termina por confirmar a qué se dedica para sacar un dinero extra. «Por menos de 5.000 euros, yo no me mojo. Cuando sé que se está preparando algo, me acerco, me ofrezco y a veces tengo que bajar esa cantidad. Pero no voy a jugármela por 600 euros. Aquí no hacen falta instrucciones, sólo una hora y un lugar de encuentro».

La conversación termina de nuevo entre risas, con deseos de buena de suerte y con un regalo insólito: una pequeña postura «de polen sin tratar que no se encuentra en ningún lugar de la Bahía». Además de dinero, los traficantes pagan en especie a sus colaboradores.