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Publicidad sospechosa

En estos días se ha llevado a cabo una gran operación policial en España a través de la cual se ha desactivado una importante red de pederastas que operaban por internet. Entre los detenidos, paradojas de la vida, un policía nacional, un agente secreto y un aspirante a guardia civil. Entre los datos que han salido a la luz, algunos realmente escabrosos. Algunos de los pederastas grababan a sus propios sobrinos y lo colgaban de internet. Escalofriante, repugnante, incomprensible... En fin, todos los adjetivos peyorativos que se puedan utilizar resultan insuficientes para expresar el terrible desconcierto que nos asalta cada vez que escuchamos este tipo de noticias.

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El mundo de las fantasías sexuales es infinito, y estas fantasías son absolutamente legítimas siempre que no se haga daño a nadie, siempre que no se humille a nadie, siempre que no se incurra en un delito. Hay fantasías y fantasías. Una conocida marca de lencería femenina, de cuyo nombre no voy a acordarme, sita en la calle Columela de Cádiz, promociona sus artículos con unas modelos vestidas, ya no como Lolitas, sino como niñas de diez años, osos de peluche incluidos. Y no es solo la indumentaria, sino que encima el físico de las modelos es lo menos parecido al de una mujer adulta: chicas absolutamente delgadas, sin forma ninguna, sin pecho, sin cadera, con rostros aniñados. Algo que roza la aberración.

Una cosa pueden ser los juegos eróticos, los disfraces, etc, y otra cosa vender lencería íntima con modelos que recuerdan en todo a una niña. ¿Hasta qué punto son éticamente legítimas estas campañas de publicidad? Luego nos escandalizamos de las noticias que leemos, pero de verdad, dense una vuelta por la calle anteriormente citada, echen un vistazo y piensen si el morbo que suscitan no pasa de castaño oscuro; si no es digno de una reflexión, si no es para preguntarse qué es lo que están insinuando realmente.