EL RAYO VERDE

El ahorro imprescindible

E n LTI, la Lengua del Imperio, Víctor Klemperer dice que se dio cuenta de que los nazis estaban perdiendo la guerra cuando oyó en un parte oficial de la radio esta frase: «Nuestras tropas, que luchan valerosamente...». Aunque el resto del texto eran palabras triunfalistas y de la retórica habitual, la expresión venía a significar lo contrario de lo que formalmente explicitaba y, en efecto, trasparentaba el retroceso del frente, el principio del fin. El asunto del lenguaje es apasionante, pero no me extenderé en ello. La cita del filólogo alemán, cuyo trabajo, salvando las distancias, sería de gran interés para el análisis del discurso dominante actual, me viene a la memoria para «leer» el comunicado que el pasado lunes hizo público el secretario general del PSOE gaditano y presidente de la Diputación, Francisco González Cabaña, respecto a la bronca con el Ayuntamiento de Cádiz sobre la Audiencia Provincial. Dice la nota que Cabaña «pondrá todos los instrumentos que estén a su alcance para defender la capitalidad administrativa de Cádiz». La frase podría pasar como una garantía para el público elector preocupado por el asunto, y quizá quería serlo, pero contiene otro mensaje muy diferente, evidencia la amenaza y niega lo que afirma, la propia capitalidad administrativa que, dice, está en peligro, puesto que ha de ser defendida «con todos los instrumentos» a su alcance.

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No se trata de darle vueltas al idioma, ni de repetir o prolongar la apertura del melón de la capitalidad gaditana. Menos aún quisiera volver a castigar al respetable con el intercambio de comunicados con el Ayuntamiento durante la semana, ni con la comparación Aduana-Audiencia, y los alineamientos a uno y otro lado de la pancarta, pese a su interés sociológico como testimonio del nivel que alcanza el debate político por aquí. Hay otra cosa aún, y es que el charco en el que se ha metido el presidente de la Diputación tiene mucha agua y puede salpicarle. Hasta el punto de que invita a profundizar en una cuestión con la que alguna vez habrá que enfrentarse: ¿para qué necesita la Diputación Provincial un nuevo edificio? ¿Cuánto personal más tiene que no puede albergarlo en sus ya numerosas dependencias? ¿Qué hace esa gente, cómo ha entrado, cuánto cobra? Aún más , y ya dijo el abuelo de Joaquín Sabina en su lecho de muerte: ¿Para qué sirven las diputaciones provinciales?

La crisis esta que vivimos sería de verdad una oportunidad, como repiten los gurús del economicismo, si nos deja en herencia una auténtica política de austeridad. Esta no pasa por congelar el sueldo a políticos y altos cargos, a fin de cuentas es el chocolate del loro, sino por una racionalización de organismos, de plantillas, de condiciones laborales, por la implantación de rigurosos criterios de eficacia y de productividad, de méritos y de transparencia en la gestión. Cabaña, creo recordar, prometió hacerlo al renovar su mandato. Tenemos derecho a pedirlo, porque lo pagamos entre todos y no estamos como para seguir dilapidando recursos, ni lo está la institución, afectada por la reforma de la financiación, pero también es preciso abordarlo por salud democrática. Es imposible mantener «zonas oscuras», sospechosas de ser cuevas de Alí Babá o patios de Monipodio. Corre el riesgo de que luego, diga lo que diga en cuestiones controvertidas, como el sueldo de los cargos de confianza, aunque le asista la razón, no logre despejar las dudas de fondo.

lgonzalez@lavozdigital.es