Los girasoles siguen estando ciegos
Me impresionaron los relatos que el malogrado y raro Alberto Méndez agrupó bajo el título de Los girasoles ciegos. Eran historias sórdidas sobre la posguerra civil, aún más cruel que la guerra. Su buena prosa y la imaginación de los lectores traducía al casposo blanco y negro de aquella época terrible, sus escalofriantes argumentos, sus héroes y villanos. La película homónima de José Luis Cuerda que ahora se exhibe incluso en las pantallas de Cádiz nos trae, al menos, la fuerza de un cuadro de actores que defiende a la perfección sus papeles y que rinden homenaje a todos aquellos que sufrieron el exilio interior, la represión y la muerte bajo los años de plomo de la dictadura franquista. El estreno del filme coincide con el auto de Baltasar Garzón en el que pide a los Ministerios de Justicia y Cultura, a varios ayuntamientos y a la Conferencia Episcopal, toda la información que tengan en torno a los fusilados, desaparecidos y personas enterradas en las fosas comunes que siguen constituyendo un extraño tabú en nuestro país. Que cuando estamos a punto de que se cumplan 70 años del final de la contienda, todo este asunto haya levantado sarpullidos significa que algo sigue sin funcionar bien en nuestra democracia.
Actualizado: GuardarY es que seguramente siguen existiendo demasiados girasoles ciegos, desde las propias autoridades civiles a las eclesiásticas, huraños topos de nuestra memoria total, la de los vencidos y la de los vencedores, o de los que más allá de afinidades ideológicas somos sencillamente hijos de otro tiempo que no queremos que esa página de la historia siga en blanco. De entre esos nombres todavía invisibles, de entre esos huesos sin registro civil, de entre estas familias sin indemnización ni homenaje que valga, hay muchos gaditanos, desde el cementerio de Cádiz al de Grazalema, cuyo Ayuntamiento se acogerá a las subvenciones acordadas por la Diputación de Cádiz para rescatar los cuerpos que siguen sin dormir en paz en la llamada Fosa de las Mujeres: catorce vecinas del pueblo y el nieto de una de ellas.
Pero no sólo la derecha o la iglesia callan sobre estas y otras tumbas. Es tan cierto como inexplicable que el Obispado siga sin reconocer, por ejemplo, la existencia del Libro Unico Secreto que el párroco de San Fernando suscribió entre 1936 y 1942, dando cuenta de casi 200 ejecuciones, con los nombres de cada uno de los injusticiados y el motivo por el que se les daba CAFÉ, el temido acrónimo de Camaradas Arriba Falange Española. Pero tampoco las instituciones gobernadas por la izquierda se han dado demasiada prisa en respaldar el rescate de este patrimonio público: como la Ley de la Memoria Histórica obliga a que los descendientes de los ejecutados paguen la expropiación temporal de las fosas hasta que se produzca la exhumación, ello obliga a que muchos tengan que pagarle el favor a los bisnietos de los verdugos. En la provincia gaditana, la Delegación Provincial de Cultura puso un arqueólogo a disposición de la Asociación de la Memoria Histórica para una de estas excavaciones, en el año 2004. Un grajo blanco: esa última entidad lleva meses esperando respuesta del ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba, a la sazón diputado por Cádiz, sobre la suerte de los restos de María Silva La Libertaria, la superviviente de Casas Viejas.
Ni queremos jugar a la noche de los muertos vivientes ni mantener abiertas las heridas del pasado. Queremos que cicatricen. Al aire, por supuesto, libre. Como girasoles. O como giralunas.