MIRADAS AL ALMA

Pensamientos de ires y venires

Misteriosamente, el pensamiento y la emoción claudican gustosamente en el dulce encantamiento de algunas noches de verano. Escuchar las oscuras olas romper en la mojada arena, límite abrazador de océano y desierto; oler algún césped recién mojado con ese frescor de menta acanelada que embriaga casi tanto como alguna botella ya vacía de ron añejo; mirar ese infinito de estrellas que nos miran desde arriba. Quizás nos gusta pensar que alguna de ellas es algún alma de un ser querido que nos sigue acompañando. El devenir de las noches de verano, además, invitan a charlas enredadoras y profundas, como laberinto en el que se sabe entrar pero no salir. Uno se acuerda de todos esos recuerdos que, a pesar del polvo del tiempo, gusta desempolvar entre titubeos cómplices. Y es que sólo aquello que nos ardió en el interior sigue conservando ese rescoldo abrazador de la verdad más melancólica. Una grata compañía, una buena copa y ya se encarga la noche veraniega de inspirar las palabras que instintivamente se van encadenando entre sí.

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La inocencia de un primer amor es siempre desgarradora inflexión de frases con emoción. Uno se da cuenta cuando se habla de amor de lo poco que sirve la experiencia, pues afortunadamente el amor siempre sorprende como la primera vez. Recordar esas miradas chispeantes, deseosas de deseos, esos labios que callados dicen tanto, elixir de aventuras prohibidas Todo ello atesora la noche veraniega, con ese perderse y desprenderse de obligaciones y ligazones. Me sigue fascinando esa noche azabache ya con la madrugada más que bebida y vendida, y con el alba perfilando en el nuevo horizonte que ha de llegar. Será entonces con su claridad cuando dormimos, huyendo de su abrasadora luz.