Crónicas padovanas (y V)
Actualizado: Guardare acaban estas crónicas porque nuestro tiempo toca a su fin, y llega irremediablemente el sabor triste de las despedidas. Pronto, muy pronto, no veremos los atardeceres acortarse por los tejados de la ciudad, ni podré oír las risas de mis hijos en el patio de casa, mientras en la envidiada terraza de su piso Maurizio y Marisa nos saludan. Pronto se perderán los olores y los sabores de este tiempo: la pasta recién hecha de Break, nuestro cotidiano self-service, la bollería recién salida del horno de Antonia Segato, el Aperol de la pizzería de Giancarlo y Francesco, la humedad y la cera de la Iglesia dei Servi, el olor a libros viejos y papel de mi lugar de trabajo, los ruidos y conversaciones de Sabrina, Monia y Gabriella en la Secretaría del Rectorado Pronto, dejaremos atrás los soportales de esta bella ciudad, las tormentas y su estela de olores perdidos, los anticuarios, las tiendas de ropa, la minúscula y selecta corbatería instalada en una esquina del café Pedrocchi, las piedras de las calles, el discurrir de las bicicletas de alquiler, el andar pausado del párroco de Eremitani bamboleando su sotana, el latín de la misa de siete en la pequeña capilla anexa a la Basílica del Carmen, entre frescos seculares, el olor a hierba del Prato, la elegancia y la belleza de nuestra vecina la notaria Olivia Carressi, rubia, delgada y madura, siempre con su maletín y sus carpetas, las piscinas Nuoto 2000 y tantas cosas mas que hoy quedan en este tintero electrónico sobre el que pienso que, por ahora, no tengo ningunas ganas de volver a España. Para culminar nuestra estancia, también nos despedimos de nuestras ciudades de excursión: de la serenísima y eterna república de Venecia, siempre esperando el reeencuentro; de Verona y su trasiego interminable de turistas; de la escondida Vicenza, calmosa y palaciega, con el inigualable tesoro del Teatro Olímpico de Andrea Palladio, sobrecogedor y majestuoso. Y también, de nuestra casera Cristina, que nos llenó la nevera y la despensa de productos para los desayunos, del acqua leggermente frizzante que hemos consumido en grandes cantidades y, como no, de Don Giusseppe Zaccaria, Pro Rettore Vicario de la Universitá de Padova en la que hemos pasado parte de nuestras mañanas, y sin cuya amabilidad estas líneas no serían posibles. Nuestro apartamento tiene hoy un aspecto triste, como si sintiera nuestra partida. Recuerdo nuestra entrada en él, aquella tórrida tarde de julio y quisiera echar atrás el calendario. Casi para partir beso imaginariamente el alma apacible de Padova, y repito los versos de D' Annunzio.