Chillida

También era Chillida un hombre de verdad, todo en su obra es verdad, lo macizo, macizo, lo aparentemente imposible como sus peines del viento, fruto de su tenacidad. Chillida era auténtico.

Era un perfeccionista, a veces obsesivo, para desesperación de su colaboradores, donde los demás ojos sólo veían unas líneas bellísimas, el podía llegar a descubrir un ángulo imperfecto que exigía la repetición del proceso, y dadas las dimensiones de sus obras esto podía llegar a suponer la paralización de una fundición completa durante días, para recomenzar un proceso creativo que debía definirse en las pocas horas en que las toneladas de acero podían ser mantenidas al rojo vivo para conseguir esa anhelada perfección.

Chillida era insoportablemente honrado, cuando ganó la Bienal de Venecia y se le abrieron las puertas de los grandes marchantes de arte, Maeght pretendió vender copias autenticadas de cada una de sus obras, Chillida no lo consintió.

Todo esto nos lo contaba Joaquín Montero, el arquitecto y amigo que durante más de veinte años le acompañó en muchos de sus proyectos, el más importante el Chillida Leku, el imponente museo construido sobre la suave ladera que forman los terrenos de la antigua casa solariega de los Churruca en Hernani.

Firmeza, sinceridad, búsqueda de la perfección y honradez como norma de vida, cuatro buenas cualidades. Cuanta falta nos hace gente como él en nuestra vida cotidiana.

Terminan las vacaciones y el lamento acerca de lo frustrante y dura que es la vuelta al trabajo va adquiriendo categoría de slogan social. Ahora que la cosa está entre mal y peor, tanto que los que el lunes podremos volver a nuestro trabajo nos hemos convertido en unos afortunados, la visión vital de Chillida debiera servirnos de norte para comenzar un nuevo año laboral. A los que se van, buen viaje, os esperamos el próximo año.