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La naturalidad infantil humaniza al candidato

«¿Hola papá! ¿En qué ciudad estás?». Era Sasha, de 7 años, emocionada al ver aparecer a su padre en directo por una gran pantalla conectada vía satélite al escenario del Pepsi Center que alberga la Convención Demócrata. Cuando su madre les dio la vuelta y apuntó a la pantalla, a las dos niñas se les iluminó la cara y comenzaron a tirarle besos.

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Papá estaba en Kansas City (Missouri), en casa de una familia de clase media, tan blanca como la de su madre, oriunda del vecino estado de Kansas. Una situación tan familiar para la mayoría de las 50.000 sentadas en el pabellón deportivo que casi desata lágrimas de emoción, como lo hiciera antes Ted Kennedy.

Desde que John Kennedy aprovechase la ausencia de su esposa para encargar una sesión de fotos de sus hijos jugando bajo el escritorio del Despacho Oval, ningún otro político estadounidense le ha sacado más partido a la inocencia de los niños, tan humana y espontánea que nadie pudo dudar ayer de su sinceridad, por coreografiada que estuviera. «Sasha, ¿cómo te parece que lo ha hecho mamá?», le preguntó Obama a su hija pequeña, minutos después de que su esposa debutara en el escenario. «Me parece que lo ha hecho bien», respondió la niña vacilante. «A mí también me lo parece», sonrió el candidato .

Lo había hecho de cine. Michelle Obama aprovechó la oportunidad que le dio la convención para hablar en horario estelar como si fuera la nueva Jackelin Kennedy. «Impresionante», resumía Angel González, un delegado de Obama en Iowa. «Jackie Onassis era muy linda, pero no hablaba». Y no porque no tuviese la inteligencia necesaria.