Steiner llora y sonríe. / AP
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Matthias Steiner dedica a su mujer, fallecida hace un año, el oro en halterofilia

El momento quedará para la historia de los Juegos. Su protagonista es un hombretón barbudo de 146 kilos, tan emocionado que no sabe si reír o llorar y hace ambas cosas a la vez. Está en lo más alto del podio olímpico, con una medalla de oro colgada al pecho, y sostiene un ramo de flores y la fotografía de una chica morena que sonríe a la cámara. Un escalón por debajo de él, su gran rival en la competición de los pesos pesados de la halterofilia, el ruso Evgeny Chigishev, le pregunta quién es. Matthias Steiner le explica entonces que se llamaba Susann y que era su mujer. E imitando el movimiento de unos brazos al volante, le informa de que el año pasado se mató en un accidente de coche. Chigishev hace un gesto de sorpresa y de lamento. Y quizá entonces comprende de verdad lo que acababa de suceder en el pabellón de la Universidad de Aeronáutica y Astronáutica de Pekín.

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Desde la muerte de Susann, Matthias se había volcado en la halterofilia de un modo obsesivo. El caso es que Matthias Steiner levantó la mole. Fue emocionante. Lo consiguió por fin y el marcador dio validez a su alzada. El hombre más fuerte del mundo cayó entonces sobre la pesas llorando de emoción. No sabía lo que hacer. Gritó, lloró, rió, abrazó a sus entrenadores. Y se acordó de Sussan.