CHICAS DE PLATA. Las tenistas españolas muestran sus medallas en el podio. / REUTERS
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Las Williams, inalcanzables

Muy inferiores a las americanas, Ruano y Medina tuvieron que conformarse con la plata

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No es que la final olímpica de dobles femeninos estuviese perdida de antemano. Las hermanas Williams forman una pareja temible, pero no invencible. Hay días en los que no juegan a su mejor nivel y dejan pequeños resquicios de debilidad que sus rivales pueden aprovechar si hilan muy fino. La clave del partido de ayer, pues, no estaba tanto en el rendimiento que pudieran ofrecer Virginia Ruano y Anabel Medina, en general previsible, sino en la versión de las Williams que iba a verse en la pista 1 del complejo de tenis del Parque Olímpico de Pekín.

¿Sería la buena o la menos buena? Para desgracia de las españolas, fue la primera, la que pone las cosas imposibles a sus rivales. Conjuradas para conquistar la medalla de oro, Venus y Serena arrasaron en poco más de una hora de juego. Su superioridad fue apabullante. Satisfechas con su plata, Ruano y Medina comprendieron que el oro estaba imposible desde el inicio.

Quizás incluso antes de que empezara la final. En tierra seguro que hubiera sido distinto, pero en pista rápida... ¿Buff! Las americanas estaban en su hábitat natural y comenzaron a demostrarlo apuntándose el primer juego en blanco con servicio de Venus, que tiene un cañón de misiles. La mayor de las hermanas volvió a demostrar que su saque se parece mucho más al que pueda realizar un hombre que al de una mujer. Y así se lo recriminó, en plan cachondeo, un aficionado español, cuando la estadounidense hizo un 'ace' al comienzo del segundo set y el electrónico marcó 192 kilómetros por hora.

Ruano y Medina lograron empatar a uno. Fue su canto del cisne. No tenían opciones. En la pista, realmente, todo lo hacían las Williams. Lo bueno y, en algunas ocasiones, tampoco demasiadas, lo malo. La mayoría de los tantos de las españolas llegaban en errores no forzados de sus rivales, cuya táctica no era otra que la demolición. Como el servicio de las españolas no les inquietaba en absoluto, Venus y Serena esperaban sus saques medio metro dentro de la pista y atacaban la pelota con fiereza. Palos y palos. El primer set concluyó con 6-2 para Estados Unidos y la certeza entre el público de que el partido se iba a acabar por la vía rápida.

Resignados, algunos espectadores incluso encontraron el lado positivo del asunto: al menos, podrían ver a Nadal. Lo malo es que la certeza de la derrota en un pispás pareció alcanzar también a la madrileña y a la alicantina. Tras sufrir un break y ponerse 2-0 en contra, se dejaron ir definitivamente. Lo más probable es que comenzaran a pensar en la magnífica medalla plata que habían conquistado y que, poco después, les colgarían del pecho, y en lo orgullosas que estaban por el torneo que habían realizado. Que las Williams estuvieron ahí enfrente sacándolas a raquetazos antes de la ceremonia tampoco era para tanto. Sólo un mal trago pasajero.