RAMÓN

La otra corrida de El Puerto DE CÁDIZ

Por fin llegó el día tan esperado por todos los aficionados a los toros. Llegó para el empresario de la plaza de El Puerto, al que hay que aplaudir porque ha sabido llenar bien las arcas de su negocio, aunque no haya sabido respetar al aficionado haciéndolo ir tres o cuatro veces a la cola de la taquilla.

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Llegó para el Ayuntamiento, que un día como la corrida de José Tomás y Morante de la Puebla, donde la ciudad se alzaba como capital del toreo, envió a sus tropas para que multaran los coches de los aficionados que habían venido de fuera y, desesperados por no encontrar aparcamiento, tuvieron que dejar su vehículo tirado en la acera.

Llegó para los toreros que, por tratarse del mano a mano del siglo, tenían firmados los contratos más importantes de su carrera.

Llegó para los reventas, que consiguieron vender entradas multiplicando su precio por diez.

Llegó para el ganadero, que había escogido con el mayor celo los mejores toros de su camada porque iban a ser lidiados por las dos máximas figuras del toreo en una de las mejores plazas.

La tarde reunía todos los ingredientes para que fuera un gran día de toros. Tarde de calor y de sol, ambiente de famosos y artistas, de toreros activos y no activos, de políticos de todos los bandos y de aficionados .

Y todos consiguieron su objetivo. Todos, menos el aficionado. El que sufrió la cola para comprar las entradas, el que tuvo que adquirir cuatro entradas para ver la corrida, el que sufrió dos horas dando vueltas para aparcar y, al final, le costó una multa, el que aguantó sin chistar hasta el final de la corrida y aplaudió a los dos maestros cuando se despidieron. El que compró todos los ingredientes y al final se llevó la decepción del siglo.

Jerónimo Carrasco Sánchez. Medina Sidonia