El mejor amigo de Phelps
Lezak, con una posta final épica, guía a EE UU al oro del 4x100 en una carrera en la que cinco equipos nadaron por debajo del récord del mundo
Actualizado: Guardar«¿Si ganase un millón de dólares, cuánto dinero te debe Michael Phelps?», le preguntaban a Jason Lezak los excitados periodistas estadounidenses, que elevaban a los altares al último nadador del 4x100 libre. «No te creas, no me debe nada. Aquí también ganamos los otros tres, somos un equipo», se escurría el nadador ante la atención mediática del Cubo de Agua, centrada únicamente en el gran Phelps.
Lezak es el hombre que permite a su colega de Baltimore seguir con el sueño intacto de alcanzar la proeza de Mark Spitz de hace 36 años. Pintaban bastos para los yanquis, que se tragaban el agua que escupían los franceses, fugaces a ritmo de marca inalcanzable. Y se tiró Lezak al agua, potente, estiloso, desalmado a la caza de Alain Bernard, el plusmarquista mundial que va como un misil. Cincuenta metros para el final y el galo saborea el oro, casi un segundo de distancia -86 centésimas-.
El mito de Phelps a la basura, una plata que no le servía en su camino infatigable para rebasar al viejo Spitz.
Orgullo patriótico. Con un final explosivo, memorable, digno de ser recordado por siempre jamás, el veterano Lezak fue recortando hasta equipararse a Bernard a falta de cinco metros. Y ahí Lezak se estiró más, tocó la pared ocho décimas antes de que llegara el francés. Explotó el Cubo, con cuatro moles poseídas dando saltos sin sentido, gritando hasta ensordecer, golpeándose en el pecho como jugadores de la NFL (fútbol americano). «Ha sido alucinante, he gritado tanto que casi pierdo la voz», explicaba un desatado Phelps.
No le faltaban motivos. El combinado de Estados Unidos había rebajado cuatro segundos -sí, cuatro, 3:08.24-, el tope que la tarde anterior había logrado (3:12.23). Un fenómeno de la naturaleza, una carrera histórica por lo apretado del final y porque cinco equipos nadaron por debajo del mencionado récord del mundo: Estados Unidos, Francia, Australia, Italia y Suecia. Canadá quedó a tres centésimas . Nunca se ha visto algo igual.
Michael Phelps fue el primer relevista del equipo norteamericano. Es un librista excelente, pero lleva sin trabajar los 100 metros desde hace años, prefiere perfeccionar otras pruebas para adquirir la tan cercana perfección. Hasta la fecha, el récord del mundo lo tenía el perdedor Bernard, que un día se salió marcando 47.50, un marcón. Ayer, la bala de Baltimore nadó en 47.51, su mejor marca de la historia.
Sólo le venció Eamon Sullivan, palabras mayores. Su 47.24 es el nuevo tope mundial en los relevos. Sólo contabiliza para récords individuales la primera posta ya que el agua en movimiento beneficia a los siguientes nadadores.
Estados Unidos recuperó el mando de la carrera con la explosividad de Webber-Gale, aunque la perdió cuando el moreno Cullen Jones tomó el relevo. Llegó demasiado alejado del francés Bousquet y cuando Bernard saltó desde el poyete el planeta Phelps intuyó que no se podría escribir en Pekín la leyenda más grande de la historia del deporte. Faltaba Lezak, que con 33 años firmó la mejor actuación de su carrera. Rompió el agua con 46.06 mientras Bernard firmaba un 46.73 que no es nada malo, pero insuficiente para retener el oro, insuficiente para un tipo con su talento.
Jason Lezak, waterpolista en sus años mozos que juega al baloncesto siempre que la competición se lo permite, casado con una mexicana que también es nadadora, dio sus primeras brazadas a los cinco añitos. Ahora, cerca del adiós, le llega la gloria.