ORGULLOSO. Daniel Ortega celebra a lomos de su caballo el triunfo de la revolución sandinista durante un acto en Managua. / AFP
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Justicia para la hija del presidente

Zoilamérica Narváez, adoptada desde niña por Daniel Ortega, reclama desde hace una década el amparo de los tribunales por supuestos abusos sexuales del mandatario nicaragüense

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«Afirmo que fui acosada y abusada sexualmente por Daniel Ortega Saavedra desde los 11 años, manteniéndose estas acciones por casi 20 años de mi vida». Así comienza Zoilamérica Narváez, hija adoptiva del presidente de Nicaragua, el descarnado relato de dos décadas de supuestas vejaciones que tras una interminable batalla judicial podrían ser investigadas a fondo por un tribunal. Narváez, que actualmente lidera una ONG que ayuda a las víctimas de violaciones, ha logrado que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) acepte el caso y determine si los jueces nicaragüenses actuaron de manera independiente al archivar la causa.

La hija adoptiva de Daniel Ortega recurrió por primera vez a los tribunales del país centroamericano en 1998. Entonces, presentó un desgarrador documento de 50 páginas en el que enumera de forma cruda y sobrecogedora los abusos sufridos presuntamente a manos del presidente. La juez sandinista encargada del caso, sin embargo, sobreseyó la causa porque las acusaciones habían «prescrito». Ahora, la Corte Interamericana deberá pronunciarse sobre el proceso y aclarar si existió «denegación de justicia».

El testimonio de Narváez, que no ahorra en detalles, se inicia con los primeros tocamientos cuando apenas contaba 11 años. 'Enrique', como llamaban a Ortega en la clandestinidad, le asaltaba en los rincones oscuros para manosearla y se masturbaba mientras la espiaba en el baño. «Fue horrible ver, a la edad de entonces, la imagen de un hombre de pie sostenido de una pared y sacudiendo su sexo como perdido e inconsciente de sí mismo», descerraja con brutalidad en su relato.

Por las noches, el 'comandante', de 34 años, se colaba en la habitación que Zoilamérica compartía con su hermano y tras manosearla concluía su acto de placer solitario. «Ya verás que con el tiempo esto te va a gustar», le decía. La entonces niña se lamentaba de que su madre, Rosario Murillo, cerrara los ojos impasible. Los abusos llegaron a ser tan evidentes que su tía Violeta sorprendió a Ortega perpetrando sus supuestas fechorías. La testigo corrió a contárselo a Murillo, pero «recibió como respuesta amenazas y presiones para que guardara silencio». La madre de Zoilamérica había decidido proteger a su compañero en la vida y en la causa revolucionaria.

Miedo y vergüenza

El presidente nicaragüense, siempre según el relato de su hijastra, la violó por primera vez en 1982, cuando tenía 15 años. «Fue en mi cuarto, tirada sobre la alfombra. Con agresividad y bruscos movimientos me dañó, sentí mucho dolor y un frío intenso. Eyaculó sobre mi cuerpo para no correr riesgos de embarazo y así continuó haciéndolo durante repetidas veces».

La vergüenza y el miedo la hacían callar y mantener el secreto. Ortega le decía que ella «con la consumación del acto sexual contribuía a su estabilidad emocional ante la supuesta frialdad de mi mamá». Las violaciones se prolongaron hasta que Narváez cumplió los 30. «Llegué a creer que mi sacrificio realmente aportaba a la revolución», confiesa en su testimonio judicial. Por si fuera poco, el presidente llegó a preocuparse por ella más que su madre. «Me hizo ser muy dependiente de él, a pesar de mi dolor y rechazo», agrega. Al mismo tiempo, aumentaban las aberraciones obligándola a realizar el acto sexual frente a terceros y sugiriendo escenas de lesbianismo.

Graduada en sociología y durante años activa militante sandinista, Narváez logró romper en 1998 las cadenas psicológicas que le impedían plantar cara a Ortega. «Afirmo que mantuve silencio durante todo este tiempo, producto de arraigados temores y confusiones derivadas de diversos tipos de agresiones que me tornaron muy vulnerable y dependiente de mi agresor», se justifica.

Ortega ha callado siempre, aunque el escándalo llegó a condicionar su campaña electoral de 1998. Pese a que finalmente fue derrotado en las urnas, el ahora presidente llegó a renunciar a su inmunidad en un intento por demostrar su inocencia ante los tribunales. Rosario Murillo se ha encargado siempre de defenderle y negar las acusaciones.

Ahora, Narváez tendrá una nueva oportunidad para buscar justicia en la Corte Interamericana. Con 41 años y dos matrimonios a sus espaldas, pretende demostrar que «el poder se aprovechó de la ingenuidad propia de mi niñez y estrenó en mí todos los instrumentos posibles de dominación».