El Show de Truman
La televisión en verano regala tanto error que, alguna vez, acierta sin querer. Hace unos días, en uno de esos momentos tontos que abundan en esta estación y se añoran en las otras tres, un canal emitió de nuevo El Show de Truman, una película, como La vida es bella, tan bien mentida que es capaz de sobrevivir, incluso, al actor protagonista. Si la casualidad quiere que ese largometraje sea contemplado junto a un compinche descarriado (pobre, aún no ha tenido hijos redentores) que lleva en el cuerpo una madrugada entera y una botella de ron completa, el prodigio está servido. Cuando la cinta iba por la mitad, el cómplice, repanchingado en el sofá, va y dice: «Cada vez que la veo, creo que el pueblo ficticio es Cádiz, que los actores o los productores son los listos de esta ciudad y que los espectadores del programa de Truman somos los que vivimos aquí. Todos sabemos que es mentira pero flipamos con la trama». Entre mandarlo lejos y analizar lo que decía, la camaradería recomendaba la segunda opción. Ahora, es imposible dejar de darle vueltas.
Actualizado: GuardarDesde que el borracho soltó la comparación, sólo se me aparecen ejemplos que confirman su teoría. En su cogorza había mucho digno de pena y algo de lucidez. Sólo así se explica que acertara a definir la deriva de una ciudad que se empeña en creerse sus propias mentiras. Los interesados en difundirlas, como en la peli, crean el embuste. Lo fabrican porque viven del montaje o ganan mucho con su prolongación. Algunos profesionales especializados -como los actores, guionistas y técnicos de la serie recreada en el film- representan a los que trabajamos en medios de comunicación escritos, hablados y digitales, que se encargan de poner su (poca o mucha) pericia al servicio del montaje. Lo hacen, lo hacemos, por pura supervivencia, porque los autores de la mentira abastecen de publicidad, sueldo y argumento (noticias). No sabemos trabajar en otra cosa. Por último, una audiencia enorme, en esa ficción cinematográfica como en esta ciudad, consume todo lo que le lanzan, representa una ciudadanía sin espíritu crítico, sin necesidad de comparar. A los que tratan de dar otra versión, a los que dudan de la verdad retransmitida o discrepan de los entregados espectadores de las supuestas y reconfortantes mentiras, incluso, la masa de fans les desea el paro y la muerte (que es el desempleo a lo bruto).
Cuatro episodios recientes, muy dispares y reconocibles, permiten fijar, aunque sean bien distintos, una comparación más exacta entre Cádiz y aquel guión.
Capítulo 1. Esta es una ciudad con pulso, con ilusionantes proyectos en marcha, con otros ejecutados en tiempo y forma. Con servicios públicos y oportunidades suficientes para cubrir garantías constitucionales (empleo, vivienda...). Con un plan que va más allá de llenarla de coches y barcos cuyos ocupantes no saben bien qué hacer. Se benefició de un lustro de gran crecimiento económico y no va a sufrir, más que otras capitales, los años de recortes y puñaladas que han comenzado ya. Eso es lo que nos dicen. Pero en vez de ver el show, en vez de atender a la pantalla, analice lo que le rodea, entre sus parientes, amigos y vecinos. A ver si la trama es realista o sólo estamos locos porque así sea.
Capítulo 2. El Cádiz merece militar en Segunda A. Es un equipo traicionado por una trampa, injustamente tratado por la burocracia, que merece un perdón deportivo arrebatado, con malas artes, por terceros. Es un proyecto que merece apoyo y va más allá de chapuceros intereses personales. Es lo que nos dicen a diario, pero hable con los de su alrededor, repase su propia memoria, a ver si es real lo que dice ese guión o si todo es fruto de la frustración que causa tan injustificado descalabro. Piense si hay muchos empresarios, o intermediarios, interesados económicamente en la teoría de la conspiración, que desprecian el derecho de algunos aficionados a cabrearse, como primer paso para volver a empezar y aspirar a tener un equipo decente.
Capítulo 3. Alcances todavía es un festival de cine pujante y atractivo. Sus constantes cambios de formato, de contenido y de fechas, responden a un intento de realzar una apuesta cultural. Se mueve por los intereses de los espectadores, cuyo número crece sin cesar. Si otros festivales como el de Málaga multiplican su prestigio, con la quinta parte de edad, es porque el certamen gaditano no se ha vendido al oropel y la frivolidad. Esto nos dice la pantalla virtual del Show de Truman. Intente sacar en claro, con sus propias herramientas, que no son pocas, si es así o si es un festival sin rumbo, que ha hecho de la necesidad virtud, y cuya sección más esperada se confina a los martes de agosto. Mire a ver si todo eso no equivale a una apuesta marchita, que acaba con los sueños de implicación y difusión que tuvieron sus autores, allá por los tiempos grises. Arroje algo de luz porque, a muchos, la tristeza, por ver cómo dejan caer ese paraíso de cine con el que crecimos, nos impide tener las cosas claras.
Capítulo 4. U2 viene a Cádiz a rodar un videoclip. Una de las bandas con más leyenda de los últimos 25 años ha elegido la ciudad para promocionar una canción. Los cuatro integrantes vienen, que sí, que vienen, aunque la productora y el Ayuntamiento digan que no, que sólo se podrá ver a un actor en moto. Decenas de páginas en internet han asegurado durante toda la semana que Bono, The Edge y los otros dos aterrizan a escondidas, lo que pasa es que las autoridades y los que graban quieren engañar a los fans. Por eso lo niegan. Analice los argumentos de unos y otros pasa sacar su conclusión. Una cosa es que hubiéramos flipado viendo a U2 y otra es que vayan a venir sólo por darnos gusto. Si hubieran previsto llegar, el montaje, la resonancia y la parafernalia habrían sido otros.
Son sólo cuatro ejemplos, pero sirven para darle la razón al beodo. Entre lo que les conviene contarnos, lo que deseamos creer y lo que resulta ser, cada vez hay más distancia. Si alguien osa preguntar, o dudar, será insultado, y, quizás, escarmentado. Soy gaditano (algo involuntario), cadista (hasta hace un año, con cierta normalidad y algún momento de orgullo), aficionado al cine (con horas de Alcances a las espaldas) y adoro The Joshua Tree como casi todo el mundo.
Me gustaría haberme creído, creerme, los cuatro ejemplos mencionados, pero no puedo. Ojalá el borracho del principio esté equivocado y vivamos en una ciudad en la que la gente sepa distinguir entre lo que le dicen, machaconamente, lo que quiere que suceda, para sufrir menos, y lo que pasa.
La realidad, en cualquier caso, se impondrá. Entonces, ya resultará mucho más fácil distinguirla. Suerte. landi@lavozdigital.es