La Trinchera

Liberales, cuando conviene

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Dice Javier Arenas, de profesión perdedor reincidente de elecciones autonómicas y madurito glamouroso: «¡Tenemos la solución a la crisis!» Silencio expectante: «Flexibilidad para las empresas y seguridad para los trabajadores». Dios. No es de extrañar que llegara a ministro. Qué intensa capacidad de análisis, qué claridad de ideas, qué genial discernimiento. Yo tengo una para acabar con la problemática humana del paro: «Generar más puestos de trabajo y cubrirlos después». Y otra para que Jerez no se inunde un lunes sí y otro no: «Que caiga menos agua del cielo, y que la Pili coloque más alcantarillas en lo que vienen siendo las calles». Y otra para...

Es llamativo cómo los liberales patrios miran al papá Estado cada vez que las cuentas no les salen. A las maduras, piden espacio. A las duras, piden control. Muy propio de quien tiene el culo acostumbrado a los mullidos cojines de la abundancia. Estas crisis periódicas sirven, además de para descubrir nuevas formas de cocinar los jaramagos, para hacerles a los peperos la prueba del algodón.

Cada hombre vale lo que vale, dice la teoría. Cuenta su esfuerzo, sus cualidades. Hay que entender la empresa como una entidad casi autárquica, defendía Keynes. Mientras las cosas van bien, claro.

En el microcosmos cotidiano que nos regala la vida, esa misma interesada ambiguedad adquiere, a veces, tintes sangrantes. Bultos con patas que no sirven ni como percheros reciben, en el momento oportuno, el empujón del apellido, el abrazo urgente del favor que se devuelve, la vaselina y el maquillaje de los compañeros de clase, y no me refiero al colegio. Para el aristócrata del gremio (sea el que sea) el árbol genealógico prima sobre el talento y el nepotismo socorre a los pusilánimes que se ahogan, por sí solos, en el sistema.

Es normal que los agraciados en la lotería defiendan el modelo. Juegan con ventaja. Y no quieren perderla. Tienen las cartas marcadas, conocen los atajos, modifican las reglas a su antojo. Saben, de antemano, que al final siempre perderemos los mismos. dperez@lavozdigital.es