3 minutos
Cuando se reúnen todos los ingredientes de un buen guión -lucha de contrarios, acción progresiva y torrente de emociones- la atracción del espectador se alcanza de manera infalible. Y si la historia está condensada en una secuencia imparable de apenas tres minutos, se garantiza que será vista, una y otra vez, día tras día, año tras año, porque es lo que crea adicción.
Actualizado: GuardarAsí ha sido y continuará siendo la retransmisión de los encierros de San Fermín que reúne ante el televisor a una legión de devotos tan apiñada como la de los mozos en el callejón. Es la secuencia reina, pasada en cada una de las televisiones del globo, es la que protagonizan los toros, los morlacos y los hombres de blanco y rojo bajo el ojo atento de las cámaras, que pocas veces tienen a tiro fijo un espectáculo tan breve como intenso. Cuesta de Santo Domingo, Mercaderes, Estafeta, Telefónica, incluso la entrada a la plaza de toros de Pamplona resulta irreconocible, convertido el recorrido en un monumental escenario abarrotado de figurantes y de algunas decenas de protagonistas.
Sólo este acontecimiento español tiene hueco seguro en las agendas televisivas del planeta, marcando a todo un país con las etiquetas de fiesta, toro, riesgo y locura. «Improvisadores de ilusiones», que decía Cioran de los españoles, dispuestos a jugársela en unos minutos, para entrar en la lista de los que presumen de haber corrido la milla más peligrosa con prueba documental transmitida a cada confín del planeta.
La emisión se ofrece con sonido ambiente, despojada de todo aditamento y de cualquier narración. La historia por sí misma. Está pasando, lo están viendo y sintiendo. Después llega el comentario, el zoom, la doble pantalla, la cámara lenta, la ampliación digital, para ir desgranando detalles que estiran los tres minutos a toda una hora, y descubrir momentos de riesgos ocultos por la prisa. Los milagros sanfermineros detallados por la cámara. Servir el drama en directo marca el apogeo de la televisión.