EL RAYO VERDE

Administración y política

Oí a alguien del PP, creo que González Pons, decir que el congreso del PSOE le parecía «una cena de empresa en la que el jefe se hace el guay», o algo así. Las agudezas a uno y otro lado de la tribuna han sido múltiples, porque lo de Blanco acerca de las peleas entre Mariano y Rajoy es un retruécano difícil de superar. La impresión, una vez más, es que estamos ante una gran representación, con un libreto más o menos hábil, en el que unos y otros cumplen el guión y hacen sus entradas y sus mutis por el foro de acuerdo con lo previsto. Luego la función saldrá de gira: el próximo fin de semana, Andalucía, el siguiente, Cádiz. Algunas adaptaciones al escenario, pero la misma canción.

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A mí me da la impresión, y no intento hacerme la graciosa ni mucho menos rivalizar con tan ingeniosos oradores, de estar ante una reunión anual de franquiciados, los encargados de la concesión de la marca en regiones, provincias y ciudades, que se reúnen para recibir instrucciones acerca de cómo mantener las ventas de cara a la temporada, además de conocer por dónde van las últimas tendencias, las características de la nueva colección, cómo van a renovar el género, qué escaparates han de montar, con qué materiales y qué maniquíes. Todos los concesionarios viven de la marca y han de tatuársela si es preciso, porque en ellos les va el futuro.

Sin embargo, no comparto el desprecio simplista por la política ni por los políticos. Trabajar por el bien común, comprometerse en mejorar las cosas es un gran empleo, uno de los mejores, y debe ser bien considerado y recompensado. He conocido políticos de elevada altura intelectual y moral,sí, incluso gente que estaría ganando más en su propio oficio, que dedica muchas horas a su cargo, que soporta malas condiciones de vida familiar y personal, que hasta arriesga injustamente su fama. Sin embargo, entre la crítica feroz y la hagiografía, entre el bulto y el detalle, caben muchos matices.

Será que acabo de pagar mi impuesto sobre la renta, que siempre deja un doloroso cardenal, pero no puedo no pensar en la gran, grandísima superestructura que se ha creado, el enorme e insaciable aparato burocrático, altos cargos, asesores que alimentamos entre todos. En su utilidad, en su eficacia, en su productividad.

La administración, que es el instrumento que la política tiene para cumplir sus objetivos, resulta ser un monstruo lleno de agujeros por los que se desperdician más recursos que por las tuberías de la red de agua. Cuando no teje una red de intereses y corruptelas, o directamente corrupciones, que se deslizan por el tobogán de la impunidad, la desidia, la discrecionalidad.

La gestión se encomienda demasiadas veces sin criterios de mérito o capacidad; a medida que descienden los escalones de las instituciones, el problema aumenta. Nadie ha pensado, hasta ahora, en la obligatoriedad de que las personas elegidas para cargos públicos pasen por una academia, al estilo de la prestigiosa Escuela Nacional de Administración, la ENA francesa, donde se forman los altos funcionarios. Así resulta luego que llega cada uno que no sabe por dónde coger los impresos. De este modo, hay quien se ve atrapado por haber firmado papeles sin mirar o sin saber.

Para quienes trabajamos en el sector privado resulta demasiadas veces insultante y agraviante la diferencia con el empleo público. Jornada, sueldo, productividad, eficacia, gestión del desempeño, evaluación, resultados, rentabilidad, plantilla son criterios que mucha gente se pasa por el forro con total deportividad. No sé si algún congreso de algún partido, o alguna fundación de estudios, o cualquiera de los politólogos de guardia se irá a ocupar alguna vez de esta cuestión. No sólo se trata de economía, porque el gasto en sostener el aparato se hace insoportable, no sólo es política, o ética, es también igualdad, un concepto tan de moda, esta vez entre quienes han de levantarse el sueldo todos los días y quienes hagan lo que hagan (y a veces no hacen nada) lo tienen garantizado.

La política debe ser consciente de que buena parte de su descrédito reside en los niveles inferiores de gestión. Los que la pagamos hemos de exigir resultados, eficacia, moralidad. Los que mandan o actúan o se arriesgan a pagar justos por pecadores.

lgonzalez@lavozdigital.es