Encuentro
Mi corazón no está aquí, está en Moguer junto a Juan Ramón, he vivido con tanta intensidad la lectura de Platero y yo que a los cincuenta años de su fallecimiento parece que convivo con ellos.
Actualizado: GuardarSiento un golpeteo, como si el eco de la tierra estuviese llamando en mi cabeza, me despierto y mis ojos chocan con otros ojos más grandes, enormes, son los de mi amiga que patea con su mano derecha el suelo. Rebuzna suavemente, tan pesada se pone que me incorporo.
Una suave brisa desliza su aroma penetrante a madera tierna, las sombras se balancean sobre la fresca hierba, los pinos, como si saludaran el paso de los seres vivos, bambolean sus copas alegremente.
Bien, Cantarina ¿qué es lo que quieres? ¿No ves que hace mucho calor para jugar?
Pero ella no me oye, levanta la cabeza, me doy cuenta de que quiere indicarme algo. Hago la intención de volverme, cuando siento un resoplo a mi espalda, giro sobre mí con rapidez y una figura mayor que Cantarina me observa a corta distancia.
Pero, ¿por dónde se ha colado este jumento si todo está cercado de alambres?
Tal vez esté abierto el portillo, mas en ese instante veo claramente que no era mi persona su centro de atención, me echo a un lado, dejo exento el camino, y aquel cuadrúpedo agacha la cabeza, y después de levantar el labio superior de su hocico con todo descaro luce su dentadura.
¿Cantarina¿ Voy de sorpresa en sorpresa, por fin parece que me entiende, me dirige una mirada comprensiva, se acerca, pasa sus belfos por mi cara y empieza a caminar, se detiene y vuelve la cabeza para despedirse de mí, ¿de mí?, o decir a Platero: sígueme. Lo cierto es que juntos echan a andar y se alejan ocultándose entre matorrales. En esos momentos la soledad fue mi compañera, ¿qué te pasa Esteban? nada nada, no estoy triste, tampoco alegre, sólo satisfecho porque la vida seguía su curso.