Programa de festejos
No hay que gritar ¿fuego! en un teatro cuando alguien ha quemado una alfombra con una colilla, pero tampoco hay que mantener la boca cerrada cuando las llamas envuelven, dispuestas a despacharla, a la gorda que es la que siempre hace el combate final en las óperas.
Actualizado: GuardarNo querer alarmarnos por la situación económica, adelantando desfallecimientos, ha sido una actitud encomiable hasta que ha dejado de ser ninguna de esas dos cosas. Se pensó que en una época donde no iba a cundir el dinero no convenía que cundiera el pánico, pero ahora la situación es distinta: al dinero no se le ve por ninguna parte y el miedo está presente en todas. El vicepresidente económico, Pedro Solbes, tiene un diseño facial bastante apropiado para transmitir noticias infaustas.
Las ha guardado durante mucho tiempo y quizá por eso se le han inscrito en su rostro. Se le empezó por cerrar un ojo -que precisamente era su ojito derecho- y ahora los balances desfavorables le resbalan por los recubiertos pómulos. Además le fotografían siempre en los desayunos informativos. Quizá tuviera otra cara en la sobremesa, después de haber almorzado adecuadamente.
Nadie duda de que Solbes es una persona responsable, pero no puede responder de los rumbos que tome la economía. Depende él de ella y no ella de él, pero quizás haya que reprocharle su brusco tránsito del bienestar unánime a la catástrofe generalizada.
«Crecemos menos del 0,3 por ciento, el IPC no ha tocado techo y lo peor está por venir», ha dicho. El programa de festejos que le ha elaborado a los españoles no parece demasiado atractivo. No merecemos que sea tan sincero con nosotros.
Ocurre igual que cuando le decimos a alguien que no somos dignos de su amor: es preferible que esa persona se vaya dando cuenta poco a poco y por sus propios medios.