Marca y calidad del Doce
La ciudad que acogió la Constitución de 1812 era una de las ciudades más cultas, prósperas y modernas de la Europa del Dieciocho, pues no en vano la rica tradición ilustrada se había dejado sentir con mucha fuerza en todo su entorno, gracias a un intenso comercio con Ultramar que, junto a la prosperidad económica, trajo otra riqueza mucho más impactante de la mano de Mutis, Goya, Haydn, Manuel García o Moratín. Un auténtico tsunami cultural y científico que envolvió la creación del primer texto constitucional español, que encontró entre las murallas de Cádiz, un magnífico parque temático dedicado a la cultura en sus manifestaciones más diversas, pero siempre con el mismo denominador común: calidad.
Actualizado: GuardarLa ciudad que debe acoger nuevamente la Constitución de 1812 dos siglos después, en torno al 19 de marzo de 2012, debe empezar a mirarse en ese espejo del pasado y sacar, de esa preciada caja del Dieciocho, sus mejores resultados e, igual que entonces, rodearse de lo mejor, en diálogo permanente con esas otras figuras de entonces que, ahora más que nunca, pueden hacer valer las armas de una ciudad demasiado dormida, demasiado poco generosa consigo misma, que como la Bella Escondida debe despertase y salir del olvido.
Porque difícilmente podremos estar preparados para el Doce si continuamos con miras exclusivamente electoralistas, unas miras tan cortas en el espacio y en el tiempo. Porque no es de recibo el desdén y desinterés de alguna que otra institución pública y privada, también de la ciudadanía, por ejemplo, con el Cádiz que conocieron Goya y Moratín. Porque me parece escandaloso el deterioro que, año tras año, sufre Las Siete Palabras de Haydn, la falta de un programa educativo que explique en colegios, en asociaciones de vecinos, en peñas, en centros de adultos, la fuerza, el valor y la riqueza de todo aquello, y su extraordinario potencial de futuro. Porque no es muy serio, que digamos, que en vez de velar por su conservación patrimonial, nos empeñemos una y otra vez en poner en valor, como se dice ahora, otros programas, otras actuaciones, las más de las veces con un interés muy relativo, y en muchos casos con unas calidades dudosas. Porque hay muchas formas de atentar contra el patrimonio, y una de ellas es, precisamente, no conservar y difundir con calidad y rigor ese pasado que la ciudad de Cádiz tiene la suerte de poseer, aunque muy pocas veces se ha mirado en él. Esto también es saqueo y expolio, y debe mover a un mayor compromiso social por parte de nuestros dirigentes. Díganme ustedes qué sentido tiene en Cádiz un museo de arte contemporáneo, mientras se cierran galerías o se olvida a Goya, qué sentido tienen festivales de música que olvidan a Haydn y a Falla. Creo que es muy necesaria una profunda reflexión seria y serena sobre todas estas cuestiones, si es que de verdad defendemos un proyecto de ciudad cultural. Cádiz y todo su entorno no pueden ser low cost, y ya es hora que nos replanteemos que con lo casposo, lo friki y los gestos de siempre sólo se puede aspirar a ser protagonista de un vulgar programa de Callejeros. Un espejo, por cierto, cuyo reflejo no nos gustó nada. A mí tampoco.
Ahora tenemos otra oportunidad. No aprovecharla sería una grave irresponsabilidad y una traición en toda regla al futuro, porque, entre otras cosas, pienso que todos queremos una ciudad mejor para nuestros hijos. El Doce es esa oportunidad para conseguir una ciudad de calidad, en la que su futuro, curiosa paradoja, depende de ese pasado importante que debe visualizarse ahora sin ningún tipo de dudas. No cuidarlo con profesionalidad, no observarlo con las herramientas adecuadas, no dotarlo de la calidad que necesita es, simplemente, cuestionar su prestigio y condenar a la cuerda floja una ciudad que se dice debe vivir de su turismo cultural. Su lema ahora debe ser «calidad». Todo lo demás no vale. Ése es el debate y ésa, la calidad, debe ser la factura de su marca.