DEL PUENTE A LA ALAMEDA

Cantiñas

Acabo de recibir con alegría y con gratitud la edición de las cantiñas que ha preparado Antonio Murciano y que canta Mariana de Cádiz, acompañada de las guitarras de Antonio Carrión, Pascual de Lorca, Juan Diego de Luisa, con la colaboración especial de Paco Cepero. Esta antología de los cantes característicos de nuestra costa atlántica gaditana constituye, a mi juicio, una aportación definitiva a la discografía especializada y una fuente inagotable para el estudio comparativo -temático y estilístico-, de estas manifestaciones artísticas tan similares y, al mismo tiempo, tan diversas como es el conjunto de cantes de la Bahía.

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Gracias a esta serie tan variada de formas literarias y de esquemas musicales, cuyo denominador común es el ritmo, los aficionados, los profesionales y los estudiosos, al mismo tiempo que se deleitan, pueden identificar los rasgos que caracterizan a cada uno de los cantes rítmicos gaditanos que están englobados bajo la denominación genérica de cantiñas.

El rescate que durante largos años ha llevado a cabo Antonio Murciano -poeta, investigador y, como afirma María del Carmen García Tejera, el genuino porta voz, portador de esa voz colectiva de todos los que nos llamamos y sentimos gaditanos- nos proporciona unas piezas que, perdidas u olvidadas, forman parte de nuestro patrimonio cultural. Antonio Murciano es un flamencólogo en el sentido más auténtico y más creativo de esta función: cuando indaga datos históricos, formula hipótesis o valora rasgos artísticos, ennoblece el flamenco y dignifica a los flamencos. Su interpretación de estos ecos profundos y ancestrales constituye la mejor explicación de sus contenidos mágicos. Su servicio mediador ha contribuido definitivamente para que cada uno de los cantes alcance la cualificación estética que merece y para que los cantaores ocupen el lugar preciso que les corresponde.

Especialmente acertada ha sido la elección de la cantaora/artista Mariana de Cádiz, una mujer cuya voz, dotada de una enorme amplitud de registros, de una extraordinaria intensidad y de una extensa variedad de matices, es especialmente apta para decir las diferentes modalidades de cantiñas como las alegrías, las romeras, el mirabrás, los caracoles, las jotillas de Cai, la peregrina o la Rosa. Su excelente voz, su considerable técnica moduladora y su fino oído se ajustan a la exquisitez, a la fragilidad y a la finura de unos cantes que, depurados por la transparencia y por la luz del cielo de esta Bahía, por el ritmo melódico de las olas de estos mares y por el fino sabor de la sal de sus salinas, se definen por su rica melodía y, a veces, por su variada armonía.

No olvidemos que el flamenco -el cante, el baile y el toque- posee, sobre todo, el valor de las realidades naturales y el atractivo de los fenómenos elementales. La belleza del flamenco, como la de una piedra o la de una gota de agua, es natural y elemental; está, por lo tanto, más próxima a la hermosura de un paisaje que al valor de un cuadro o de una sinfonía. De la misma manera que una montaña o un árbol adquieren significados estéticos cuando la mirada y el pincel de un pintor los recrea, el flamenco descubre la altura de su nivel artístico cuando un crítico dotado de sensibilidad -de paladar- revela sus misterios y calibra sus calidades. Escúchenlos y ya verán cómo estos cantes de Cádiz, renovados, rejuvenecidos y enriquecidos, poseen aroma, vibración y chispa.