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La Pepa

Todos la conocían por Pepita, menos mi padre y mi abuela, que la llamaban Pepa. Por eso, cada vez que oigo ¿Viva la pepa! noto un momentáneo estremecimiento, y digo para mis adentros: ¿Que viva! Antes de evocarme los históricos derechos constitucionales, ese grito me dibuja la nítida figura de mi madre entre el nostálgico vaho de la memoria. Quiero decir con esto que estoy tremendamente familiarizado con ese nombre propio como para ponerme con remilgos a la hora de aceptarlo como marca del Bicentenario. La Pepa es una palabra que nos llena la boca y tiene una evidente sonoridad popular, pero quizás no sea lo suficientemente explícita para definir toda una serie de acontecimientos internacionales que, si todo va bien y no se tuerce nada, van a traspasar los límites de nuestra localidad durante casi cinco años.

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Soy poco chovinista y partidario de que las cosas se universalicen todo lo que se pueda, pero una de las maneras de publicitar actualmente un evento es reproducir el lugar de celebración en su eslogan oficial. El nombre de Cádiz debería estar visiblemente presente en toda la promoción y publicidad de estas conmemoraciones, no sólo por ser el sitio donde va a concentrarse gran parte de las actividades, sino por ser la ciudad que dio origen y forma a la primera carta magna que garantizó los derechos de ciudadanía de los españoles. Todo el mundo, dentro y fuera de nuestras fronteras nacionales, hablan de la Constitución de Cádiz para referirse a este suceso. Habría incluso que explicarle previamente al personal quién era la Pepa y por qué se llamaba así. No creo que haya muchas personas en el mundo que sepan el motivo. ¿Se imaginan a un sueco o a un japonés, e incluso a un normalito estudiante de la ESO tratando de enterarse de que a la Constitución de 1812, el pueblo gaditano le llamó Pepa porque se firmó en la festividad de San José, y en España tradicionalmente, los Josés son Pepes, luego, etcétera, etcétera?

Es importante que el nombre de Cádiz aparezca en el rótulo oficial por varias razones fundamentales. La primera es obvia, y no es otra que la dimensión publicitaria que nuestra provincia adquiriría, tal como ha pasado con Sevilla, Zaragoza, Barcelona y ocurrirá con Pekín en breve. Pero también por una cuestión de lustre y renovación local. De alguna manera, nos ayudaría a recuperar el lugar que los gaditanos creemos merecer en la historia y en el panorama contemporáneo. Nos obligaría a pensarnos como ciudadanos del mundo, abiertos, transatlánticos, tolerantes, generosos y libres. Que no seamos ya más tópicamente la cuna de la libertad, sino espacio natural donde poder desarrollarla. Ocultar, por el contrario, el nombre de Cádiz, creo que tendría un resultado contraproducente, pues nos llevaría a volver a mirarnos el ombligo con compasión, y a hacernos más «gaditas» en el peor sentido del término. Es decir, a refugiarnos en «lo nuestro» como resistencia identitaria ante una presunta marginalidad. No sé si la suerte está ya echada, pero yo les rogaría a los responsables de la cuestión que lo piensen, ya que aquí no se trata de batallitas políticas, sino de una oportunidad colectiva que se nos ofrece y sería una lástima perder. Y eso que la Pepa me toca de verdad.