A Cádiz le quitan del tabaco
Dicen los papeles que Altadis reducirá su plantilla en la factoría de Cádiz: así se llama ahora la empresa privada hispanofrancesa que gestiona la antigua Tabacalera de Carmen Guerra que no la de Merimée. Una firma comercial que nació de las alegres privatizaciones neoliberales, pero que en realidad tiene nombre de agencia de azafatas, de líneas aéreas o de cigarrillos light. Y que acaba de ser adquirida por otra empresa de nombre más rotundo, Imperial Tobacco, que suena a cacique antiguo, a sátrapa retratado en el Canto General de Neruda, a misiles tierra-aire de nicotina y regulación de empleo.
Actualizado: GuardarEl tabaco puede matar, y el paro también. Bueno está lo bueno y no por aliviar el desempleo en estos tiempos de vacas flacas, vamos a resucitar la castiza figura del verdugo de Berlanga. Pero también tiene su guasa que los estados modernos pretendan imponernos la salud por decreto ley, de forma y manera que acabaremos muriéndonos de aburrimiento y no de enfermedad, más sanos que una pera. Cualquier día les da por predicar contra el vino o contra las cañas de cerveza para frenar la cirrosis y ya me veo a los Domecq y a Gambrinus en la cola del SAE. Como el tráfico se carga a cientos de criaturitas, más temprano que tarde, cerrará el cinturón industrial de Barcelona y la Seat, la Renault y la Citröen lo mismo tienen que dedicarse a la fabricación en cadena de cochecitos para bebés.
Maldita gracia que le hará este asunto a quien ahora lea estas palabras con una bombona de oxígeno como único hilo que le una a la vida. Da escalofríos la siniestra estadística de enfermedades cardiovasculares, cáncer de pulmón, bronquitis, y otros etcéteras. Pero más escalofrío da que las tabaqueras son de las pocas empresas que siguen sin perder demasiado en esta desaceleración, deflación o como se llame a esta crisis. En medio del enfriamiento generalizado, los fabricantes de tabaco siguen calentando sus cuentas corrientes como si fueran las pavesas de un pitillo.
Pero a Cádiz y a sus cigarreros los quitan del tabaco, no porque los programas de salud pública los hayan empujado a la bancarrota sino para que cuadren sus cuentas de beneficios. En los últimos doce años, esa especie de factoría que parece levantada con piececitas de Lego junto al Puente Carranza, ha perdido más de mil empleos. Empezó a dejar de fumar en tiempos del PP y apagará la colilla bajo mandato del PSOE. La única diferencia es la dispar reacción de ambos partidos en 1996 y en 2008, según quien gobernara en cada momento.
Con el humo que todavía exhalan las rendijas de sus naves, se irán definitivamente con dirección al olvido Rodrigo de Jerez, el polvo de tabaco y los cigarros puros, los democráticos Farias y las cajas de madera, los vapores de Cuba cargados de fardos, el pago en especie -tres cartones mensuales, más un extra en julio y diciembre-, que prohibió en su día la ley antitabaco. Claro que, cuatro siglos atrás, Urbano VIII ya había prohibido fumar en misa y el vicio siguió a pesar de rozar la ilustre condición de pecado. Pero no conviene engañarse en demasía. Si antiguamente se decía que en todos los trabajos se fuma, en Cádiz, fumar va a dejar de ser un trabajo. Lo único que quedará de todo ello será un elegante palacio de congresos de estilo neomudejar, la escultura en bronce de las cigarreras en la cuesta de Las Calesas y el otrora buen sabor de boca que dejó en el Falla la comparsa La Fábrica de Tabacos de Joaquín Quiñones.