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El caos vuelve a atenazar Afganistán

«El inicio de la campaña de Irak dejó en segundo plano la reconstrucción y estabilidad en Afganistán, supuso un cambio en la agenda internacional y se perdió un tiempo precioso». Francesc Vendrell, máximo responsable de la Unión Europea en Kabul, ha pasado los últimos ocho años de su vida buscando soluciones al conflicto afgano. Su mandato ha concluido y, como señaló en una reciente entrevista a este periódico, «en este conflicto hay varias estrategias a seguir. Junto a las vías militar y diplomática hay que encontrar fórmulas de acuerdo con elementos talibanes». Su número dos en la misión de la UE, el diplomático Michael Semple, parece que lo intentó y por ello fue expulsado del país el pasado diciembre acusado de «mantener conversaciones con los talibanes a espaldas del Gobierno».

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Hace siete años que Estados Unidos inició su guerra contra el terror y colocó a Bin Laden en búsqueda y captura. Primero Afganistán, luego Irak, dos operaciones militares que con el paso de los años están tomando caminos contrapuestos. Actualmente 60.000 efectivos de cuarenta países desempeñan su labor en un Afganistán en el que hay cambios, pero muy lentos. Los millones de ayuda humanitaria llegados de medio mundo han servido para cambiar la cara a Kabul, la educación ha mejorado y las campañas de erradicación del opio parece que empiezan a dar sus frutos en el norte del país, pero la herida de la violencia sigue abierta y la presencia del Gobierno apenas se percibe en muchas zonas. Esta violencia ya ha superado de forma parcial en número de víctimas a Irak. En mayo y probablemente en junio, las tropas internacionales sufrirán más bajas en suelo afgano, un hecho sin precedentes en los últimos años.

La división entre afganos -una división étnica entre pastunes, en el sur, y el resto- se ha contagiado al seno de la misión internacional en la que se actúa con dos velocidades muy claras. Americanos y británicos apuestan por la acción militar directa contra los focos insurgentes -que no son homogéneos ya que se pueden encontrar desde líderes tribales, hasta talibanes, pasando por yihadistas internacionales, no hay un enemigo claro y unido- mientras que países como España, Alemania o Italia prefieren dar prioridad a la seguridad de sus contingentes y centrarse en labores de desarrollo. «Estabilizar Afganistán es una tarea ingente que exige un esfuerzo espectacular y no un apaño de bajo coste. Intentar simplemente poner un remiendo enviando tropas insuficientes e inoperantes, evitando asumir riesgos y realizando poco más que obras de caridad, es una línea estratégica condenada al fracaso de antemano, y además tremendamente costosa a largo plazo», concluye José Luis Calvo, teniente coronel español, en su informe '¿Por qué empeora Afganistán?' elaborado para la organización Athena Intelligence.

La búsqueda de la confrontación directa en Afganistán contrasta con la política negociadora que han desarrollado los mismos protagonistas, Washington y Londres, en Irak. Allí la llegada del general David Petraeus en febrero de 2007 supuso un punto de inflexión en una campaña que ha provocado una auténtica catástrofe humanitaria en todo Oriente Próximo debido a los millones de iraquíes que han abandonado el país o se han tenido que desplazar internamente. Las cifras de mortandad infantil o los miles de civiles muertos desde el inicio de la contienda ofrecen una clara imagen del desastre causado por la intervención estadounidense.

El 'Sahwa', las milicias del Despertar Suní que hasta hace poco eran la peor pesadilla para Estados Unidos, patrullan ahora de la mano de unos americanos que les han armado y les pagan mensualmente un sueldo. Los británicos, por su parte, han transferido las competencias de seguridad a las fuerzas de seguridad locales en las calles de Basora y permanecen en su base del aeropuerto. El foco chií encendido por Muqtada Al Sadr, por último, parece calmado hasta la celebración de las próximas elecciones provinciales en octubre y algunos expertos ya se han adelantado a anunciar incluso una especie de derrota de Al- Qaida en Irak.

Pese a las grandes diferencias entre ambos escenarios, los últimos años demuestran que los grupos insurgentes han ido adoptando las fórmulas de lucha de Irak para combatir a las tropas internacionales en suelo afgano. Exceptuando la dura ofensiva de primavera de 2006, en la que se libraron auténticas batallas con frentes bien definidos, el uso de kamikazes o artefactos explosivos se han convertido en las mejores armas para la desestabilización. En 2000 no hubo un solo atentado suicida y en 2007, por el contrario, 140. Cada vez son además más mortíferos.

«Allí había un sistema, una dictadura en la que al menos la sanidad y la educación estaban garantizadas. Aquí no había nada, todo está por hacer», destaca Saleem Zmarial, director de radio Samoon en Helmand.