MADUREZ. Se despidió como novillero en Vista Alegre, se presentó ayer ya doctorado. / LUIS Á. GÓMEZ
Toros

El regreso de Cayetano

La corrida de Zalduendo, cuatro toros de festejo mixto, fue bonita de verdad. Pero no una corrida de Bilbao. En junio, las exigencias de trapío son en Vista Alegre, y por tradición, menores que en agosto. Esta vez se fue a mínimos. No se esperaba el toro del aguardiente tampoco, pero sí más toro. El corte de los cuatro zalduendos fue una belleza y dos de ellos, segundo y sexto de festejo, enseñaron la cara. Sin exageraciones. Fue corrida astifina y no sólo esos dos toros mejor y más armados, sino los otros dos también. Los que bajaron el listón del conjunto. La cosa fue contagiosa y, aunque no suele entrarse en valoración de trapío cuando se trata de toros despuntados para rejones, pues hasta los dos elegidos daban mínimos también. El cuarto de la tarde, malherido por la divisa y casi reventado tras sólo un rejón de castigo, acabó desparramándose y vencido patas arriba. Hubo que devolverlo. El sobrero, cuajado, con aire de toro viejo, ensillado y muy cabezón, tuvo más plaza que ninguno. No demasiado fuelle pero sí ritmo y nobleza. Ese toro dio alas a Pablo Hermoso, que reaparecía tras una convalecencia de un mes y tocado en una rodilla, que es para un torero a caballo casi media vida.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Con el toro de la reaparición, de generosas carnes pero triste expresión -por gacho, por no enmorrillar- Pablo anduvo co-rrecto, pero midiéndose. El toro acusó el castigo de un segundo rejón de lanza y se paró enseguida. Un caballo Ícaro, que es de los nuevos, atacó de caras con fino estilo. El toro se derrumbó cuando Pablo hizo un pequeño amago de forzar con ese caballo estrella llamado Chenel. Un metisaca contrario, un pinchazo y una entera. No pasó nada más que lo imprescindible: la reaparición.

Con el sobrero Pablo toreó bien de verdad: no midiéndose, sino midiendo el fuelle y el son del toro, traído y llevado a puro temple. Lo llevó casi cosido de pechos y grupa de uno de sus caballos de lujo, el castaño Silveti, pura elasticidad, un bucle puro. Pablo no dejó al toro meterse de rayas adentro y hasta se dio el lujo de soltarlo en los medios en los remates de suerte. Piruetas o recortes. La faena fue puro rigor. Incluso más para el propio Pablo que para la mayoría. El embroque de la estocada en el mismo platillo fue detalle de cómo se sentía Hermoso de seguro. La espada, algo desprendida, produjo vómito. El triunfo tuvo fuerza. Una oreja. Que fue la única de la tarde y supo a poco.

La faena de mejor aire, y de más encaje y firmeza, fue la primera que Cayetano firmaba en Bilbao como matador de alternativa. Se la brindó al ganadero, Fernando Domecq, que estaba en el callejón y, aunque hubo, además de segura decisión, muchos chispazos de calidad y composición muy torera, no rompió a mayores la invención. El toro se rompió más de la cuenta en una segunda vara de meter a muerte los riñones. Tuvo clase, pero hubo que tirar de él. Se rebrincaba un poco. A partir de la docena y media de muletazos, empezó a desinflarse y a salirse distraído. A paso de banderillas Cayetano enterró una estocada letal.

Sin puntilla hizo rodar El Cid al primero de lote, que echaba la cara arriba al impulsarse. Codicioso pero sin viaje ni fuerza, un puntito mitón, deslucido por tanto, no fue toro de acontecimiento. Seis tandas le pegó El Cid. Cuatro con la diestra; dos con la zurda. Demasiado por fuera en casi todas las bazas. Sorprendido un par de veces, El Cid anduvo más al destajo que a la tajada. La estocada fue soberbia.

El quinto fue con diferencia el mejor de los cuatro zalduendos. Ni poca ni mucha fuerza. Rodó en el remate de un breve quite de Cayetano y volvió a hacerlo en el primer tirón en serio que le pegó El Cid. Pero resistió y bien. Dócil el toro, cómodo porque sólo venía al toque y dejaba estar. No estaba El Cid de tarde fina y la faena, de prometedor arranque -a la distancia y encajado el torero de Salteras- perdió pronto color. No hubo una sola tanda ligada, El Cid sorprendió con variantes de toreo a pies juntos, expuso sólo lo imprescindible. Pero se encontró con el regalo de su gente de Bilbao, que es mucha y tiene memoria. Pesaba el recuerdo de la hazaña de los seis victorinos del pasado agosto. Media y un descabello. Lo sacaron a saludar.

El sexto, que de salida se metió por debajo y andaba al sesgo, cobró en el caballo una exageración. Dos puyazos en toda regla y hasta una propina entre uno y otro. Para el tinte el toro, pero domadito. Cayetano brindó al público. Muy tibia con él la mayoría. Al paso los viajes del toro, distraído, al borde de la claudicación. El detalle de algún cite descarado.

Y una estupenda estocada.