El salario del miedo
Si existiera una ley de huelga, a las acciones de los transportistas habría que haberlas llamado paros patronales. Por supuesto también estos tendrían que estar regulados. Al no ser así, el pavor de los partidos a los sindicatos se ha vuelto en esta ocasión en contra del Gobierno socialista y, por supuesto, de la sociedad.
| Actualizado: GuardarLas repercusiones de los paros han evocado los posibles efectos indirectos de una guerra. Posiblemente la agresión más fuerte que ha sufrido la imaginación colectiva ha sido el desabastecimiento de las farmacias. Desde el punto de vista económico la desaceleración se ha convertido en auténtica crisis de la industria del automóvil. ¿Se puede llegar más lejos que a las regulaciones de empleo en alguna de las industrias del automóvil? CC OO y UGT confían en que la Administración no acepte el oportunismo de estas empresas. La paralización de la producción durante algunos días no podría ser tomada como causa suficiente para el despido de miles de trabajadores y la deslocalización de las empresas. Pero el hecho es que las huelgas han llegado hasta este punto. Con un muerto. Con el incendio de camiones y el de un conductor. Con centenares de detenidos. Con la coacción sobre más del 80% de los transportistas. Con una movilización finalista de 25.000 policías. Los portavoces de la huelga han querido demostrar a la opinión pública el papel vertebrador que tienen en las sociedades y su capacidad para llevar adelante una estrategia violenta sin apenas dejar huellas. Podrían llegar a cumplir formalmente las promesas de renuncia a las acciones violentas sin hacerlo verdaderamente.
Los huelguistas del transporte han pulverizado el optimismo antropológico de Zapatero. En los momentos en que escribo esta crónica no se ve una posible salida al conflicto. Ni el Gobierno puede conceder la tarifa mínima que exigen las dos grandes patronales ni éstas quieren comprometer su autoridad con una cesión en este punto. Los sindicatos de clase silban mientras tanto, y los ecologistas enemigos de la energía nuclear practican la irresponsable hipocresía de utilizar la que compramos a Francia.
Curiosamente Felipe González se ha convertido en este punto. Según algunos buenos conocedores del ex presidente, éste podría estar haciendo las relaciones públicas de la industria dedicada a la construcción de centrales.