Opinion

Irlandeses testarudos

Lo sucedido en Irlanda con el referéndum europeo es, a la vez, un drama formal y una insignificancia real: técnicamente, el «no» al Tratado de Lisboa lo inhabilita por completo pero todo el mundo sabe que nada grave sucederá en términos prácticos.

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El Tratado, como otros muchos, parece relativamente superfluo y ese hecho confirma, en realidad, lo sabido y es que la unidad europea es meramente externa y formal, carece de sustancia política

y solo se expresa de modo coherente y con peso propio allí donde la ideología, los contextos nacionales y la historia no pesan: como un gran espacio económico dotado de una moneda fuerte y prestigiosa, el euro.

Los irlandeses, celebrados como muy testarudos y amantes de sus cosas, han resultado peor que los británicos sobre el particular, aunque en Londres han tenido siempre la precaución de no comprometer referéndum alguno, conocedores todos los gobiernos de la falta de europeísmo social.

Su fórmula es conocida: un amplio capítulo de excepciones que en Bruselas se aceptó mansamente y poco en nombre del principio pragmático de que era mejor tener al Reino Unido más o menos dentro que del todo fuera, como patrocinó en su día el general De Gaulle.

El Gobierno irlandés hizo algo, sin embargo, que pareció discutible hace unos meses y hoy se ve como un considerable error táctico. Anunció que no hay plan B y que no habrá nueva consulta. Era una presión a favor del 'sí' que defendió sin vacilar el animoso primer ministro, Brian Cowan. Y que no ha servido.

Con todo, como han apuntado algunos medios, puede haber sucedáneos suficientes: el no aplazará, por ejemplo, nombramiento de un 'presidente' europeo y se cree un cuerpo diplomático europeo con un 'ministro' de Exteriores, pero cuando Croacia ingrese en la Unión, en enero de 2010, se procederá a un 'voto de adhesión' al que previsoramente se han comprometido los 27 y que podrá revestir la forma de una votación parlamentaria. Sin referéndum