Opinion

El 'tripartito' cobra aliento

El grave revés de Esquerra Republicana de Catalunya en las pasadas elecciones generales -pasó de ocho diputados en el Congreso a tres, con un descenso desde 652.000 votos en 2004 a 298.000, menos de la mitad, en 2008- provocó un comprensible terremoto en esta formación política, que acaba de plasmarse en la elección de la nueva cúpula del partido, inicio de un proceso que culminará con la elección de la ejecutiva en el Congreso del próximo fin de semana.

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La organización independentista, que llegó a sus máximas cotas de la mano de Carod Rovira en las elecciones autonómicas catalanas del 2003 y en las generales del año siguiente, ha celebrado un proceso electoral por sufragio universal entre cuatro candidaturas, que se ha saldado con la victoria del tándem Puigcercós (presidente) y Ridao (secretario general), representante del soberanismo realista y partidario de la continuidad del tripartito al frente de la Generalitat, con el 37,2% de los electores-afiliados, seguido de los críticos de Joan Carretero, adalid del independentismo y partidario de la ruptura de la coalición, con el 27,6%. A continuación se han situado la corriente auspiciada por Carod y encabezada por Esnest Benach, presidente del Parlamento de Cataluña, con el 26,7%, y, por último, la corriente crítica de Jaume Renyer, con apenas el 8,1%.

Los socios de Esquerra en el Gobierno de Cataluña, el PSC de Montilla e ICV de Joan Saura, han contenido la respiración durante este proceso, conscientes de que una victoria de los críticos hubiera supuesto el fin del tripartito y, en definitiva, la búsqueda de otras fórmulas de gobernabilidad, con o sin elecciones anticipadas En cualquier caso, y a pesar de que Cataluña parece tener asegurada la estabilidad en los dos años largos que aún quedan para el agotamiento del cuatrienio, todo indica que la coalición entre socialistas y republicanos se aproxima lentamente a su fin. Ni está ya la derecha dura y recalcitrante gobernando el Estado, ni es posible fundamentar una fraternidad de este tipo en la conquista de un Estatuto que ya se ha conseguido. En realidad, el PSOE se sentiría mucho más cómodo si prosiguiera la correlación de fuerzas de la última etapa González, que se mantuvo con un signo lógicamente diferente durante la primera legislatura de Aznar: CiU gobernando en Cataluña y cooperando en Madrid con los socialistas (o los populares) en la gobernabilidad del Estado y en la formación, por tanto, de una mayoría manejable.

O, en todo caso, con CiU en la oposición en Cataluña, pero no en la actual situación frustrante en que ha situado al nacionalismo moderado el irreal ascenso de la radical Esquerra, que muy probablemente sea un simple accidente en el camino que ya se ocupará de reparar próximamente el electorado catalán.

Sea como sea, el mapa actual de Cataluña no es estable, como lo demuestran los altibajos del independentismo radical. Un desenlace razonable del Estatuto de Cataluña en el TC y el consiguiente desarrollo pacífico del autogobierno ampliado podrán contribuir a buen seguro a un retorno a la antigua moderación, que tan fecunda fue para el desarrollo del Principado.