Editorial

Pasar página

Barack Obama ha pasado a la historia al ganar las primarias demócratas y convertirse en el primer candidato de una minoría racial con serias posibilidades de llegar a la Casa Blanca. Su ardua victoria frente a Hillary Clinton es, en sí misma, expresión de la lucha contra el racismo en EE UU y simboliza el llamado «sueño americano», basado en la movilidad social y la igualdad de oportunidades. Pero Obama es el candidato de muy diversos votantes, incluidos numerosos jóvenes que no han participado nunca en política o republicanos dispuestos a enviar a su partido a la oposición. Muestra de que muchos ciudadanos de EE UU parecen dispuestos a movilizarse por el cambio, después del fracaso de George W. Bush en la vertiente internacional de su política y su mal desempeño en numerosos asuntos domésticos; después de un bochornoso período de acusaciones de tráfico de influencias en la presidencia norteamericana y del progresivo debilitamiento del sistema constitucional de separación de poderes.

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El primer gran reto de Obama será recuperar la unidad del Partido Demócrata para afrontar con la mayor solidez posible la contienda con el republicano McCain, que se prevé muy dura. De ahí que ayer lanzara mensajes de firmeza ante Irán como nunca había hecho antes, en un acto de apoyo a Israel en el que también intervino Hillary Clinton. A pesar de la lucha fratricida de los últimos nueve meses entre ambos, existe alguna posibilidad de que la senadora acabe acompañando a Obama como candidata a la vicepresidencia. Sin embargo, Hillary Clinton representa en buena medida el pasado y a las dinastías políticas, algo de lo que la mayoría de los votantes ha dado muestras de querer alejarse en estas elecciones.

Parece claro que Obama centrará su campaña hasta noviembre en la idea de «pasar la página». El senador de Illinois no ha definido aún su posición sobre numerosos asuntos económicos y sociales o de política exterior. Ha preferido personalizar el discurso y dedicar sus mensajes políticos a la unidad de los norteamericanos tratando de presentarse como la opción que superaría la polarización radical entre demócratas y republicanos de los últimos ocho años. Pero a pesar de las incógnitas que suscitan sus propósitos, es indudable que ha despertado una amplia corriente de simpatía tanto dentro como fuera de EE UU, precisamente cuando su país está necesitado de lograr una aceptación que no puede basarse por más tiempo en el hecho de ser la única superpotencia. Será sin duda la pugna con McCain la que le obligue a concretar propuestas y pasar de la retórica esperanzadora a la discusión de políticas reales para solucionar la crisis económica o gestionar con éxito la intervención de EE UU en Irak, a la que ha prometido poner fin en breve.