SOMOS DOSCIENTOS MIL

'Esta casa es una ruina'

Con toda probabilidad habrán oído hablar -incluso puede que la hayan visto en el cine o en televisión- de una película cuyo título es justamente el de la columna de hoy: Esta casa es una ruina. Se trata de aquel largometraje norteamericano que, protagonizado por Tom Hanks -si hombre el mismo que se presentaba diciendo: «me llamo Forest, Forest Gum»-, narra la historia de una pareja que, hallándose cortita de dinero, se ve obligada a mudarse de vivienda. Casualmente encuentran una gran mansión que, a primera vista, parece una auténtica ganga y en la que deciden invertir, desconociendo que la casa está prácticamente en ruinas y que cualquier esfuerzo por renovarla resultará un desastre. Finalmente, la decisión de comprar y renovar la casa termina afectando a la propia relación de pareja, y perdonen que de momento deje de leer la tarjetita, pues tampoco es plan de desvelarles a estas alturas su final, no vaya a ser cosa que alguno de ustedes aún no la haya visto y acuda al video club animado por las presentes letras.

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Sin embargo, a pesar del cinéfilo inicio de la columna, deberán entender que no es de cine de lo que quiero hablarles y si de casas en ruinas o, cuanto menos, de situaciones ruinosas. La última de ellas, que ha llegado a rayar el ridículo más espantoso, se está viviendo con el Ayuntamiento pedáneo de La Barca de la Florida. Como leerían la pasada semana, la compañía Sevillana cortó el suministro de energía eléctrica en diversas dependencias municipales, tales como el propio Ayuntamiento, el Pabellón de Deportes o el Hogar del Pensionista.

Sin entrar a valorar si es el Ayuntamiento matriz el que tiene olvidada a esta pedanía o, si por el contrario, es el Alcalde pedáneo el que no ha pagado un recibo desde que Pilar Sánchez llegó al poder, simplemente por el placer de dar por saco, lo cierto es que las imágenes en las que se veían al Alcalde de La Barca departiendo con sus vecinos a la luz de las velas, por muy románticas que puedan parecer, no deja de traslucir más que una situación de absoluta ruina, con independencia de quién sea el causante de la misma.

Lo hermoso de la historia que se narra en la película es que, al final, la pareja se sincera, comprenden que por culpa de un tercero su relación casi va a pique y, finalmente, se reconcilian. Espero, por el bien de las huestes socialistas de la comarca, así como de mi propio pueblo, que esta extraña pareja que forman Roque Valenzuela y Pilar Sánchez, igualmente terminen por darse cuenta de que alguien pretende arruinarles su amor. Deben sentarse a charlar, sincerarse y poner cuantos remedios sean necesarios para que la situación por la que pasa el Ayuntamiento pedáneo no vuelva a repetirse, de modo que sus protagonistas acaben dulcemente cogidos de la mano.

Mientras esa reconciliación llega y como las desgracias nunca vienen solas -al parecer las situaciones ruinosas tampoco- el pasado viernes, cuando aún no había vuelto la luz en La Barca, diversos departamentos municipales del Ayuntamiento matriz debieron adelantar la hora de salida de sus trabajadores -algunos en más de tres horas- pues literalmente fueron víctimas de una lluvia de cucarachas que caían desde el techo de tales dependencias. Lo paradójico de la historia es que la dependencia que se vio más afectada por los insectos, curiosamente, fue aquella cuyos empleados gestionan las transferencias económicas a las pedanías. Una especia de maldición pedánea en pleno centro de Jerez.

Que el Ayuntamiento jerezano está en ruinas es algo que, a fuerza de ser conocido, incluso ha dejado de ser noticia. Que corten la luz en dependencias municipales -también lo son las pedáneas- es algo que puede comenzar a oler a tufillo; pero si a ello unimos que en la sede del propio Ayuntamiento, calle Pozuelo por más señas, desde donde se gestionan los pagos a las pedanías, caen cucarachas a cientos desde el cielo, sin que haya dinero para un par de botecitos de «cucal», la historia empieza a ponerme los pelos como escarpias. O esta Alcaldesa y su equipo se atan los machos y comienzan a trabajar, aunque sea a costa de no posar en tantas fotos ni acudir a tantas inauguraciones, o simplemente que Dios nos coja confesados...