El reto de Rajoy
La determinación con que Mariano Rajoy manifiesta su voluntad de proseguir al frente del PP en la entrevista que hoy publica LA VOZ y el resto de periódicos de VOCENTO constituye una decisión coherente con el compromiso que formalizó justo después de la derrota electoral del 9-M, pero también con la ausencia por el momento de una candidatura alternativa que cohesione la disidencia interna y pueda disputarle la presidencia en el congreso de Valencia. Pero esa firme disposición a continuar encierra para Rajoy tanto una oportunidad para reivindicar y hacer valer su autonomía política, como seguramente el desafío personal más importante que haya tenido que afrontar en su dilatada trayectoria. Porque ya no se trata sólo de gestionar la grave crisis desatada en las filas populares, agravada por renuncias inesperadas de dos referentes en la lucha por las libertades como María San Gil y José Antonio Ortega Lara. Es la propia alusión de Rajoy a la necesidad de que el PP «se adapte a la realidad» sin renunciar a sus principios ideológicos lo que define el reto que tiene ante sí, que ya no pasa sólo por superar el trascendental examen del congreso de junio, sino por su capacidad para articular, si retiene el liderazgo, un proyecto político definido que reencauce la férrea labor opositora realizada en la pasada legislatura.
Actualizado: GuardarEl objetivo final que ha de encarar Rajoy no es sólo, por tanto, el de resistir a las desafecciones dentro de su partido y a las presiones externas exigiéndole que abandone, sino el de hacerlo de forma congruente con el discurso de moderación que él mismo ha desplegado tras el 9-M. Un discurso cuya plasmación más evidente ha sido la de suavizar el tono de la confrontación con el Gobierno en torno a la lucha antiterrorista y la de recuperar, a partir del rechazo frontal a los excesos soberanistas, la posibilidad de restablecer el diálogo con el nacionalismo democrático. Paradójicamente, esa reorientación de la estrategia de los populares sólo ha sido cuestionada al hilo de los desmarques protagonizados por San Gil y Ortega Lara, lo que vendría a demostrar que la oposición al líder aglutinada alrededor de ambas renuncias tiene su origen más en una amalgama de intereses y agravios no necesariamente coincidentes que en una divergencia ideológica justificada. Lo que no significa que el líder de los populares deba minimizar los riesgos de ruptura. En este sentido, la indefinición con que sigue pronunciándose en torno a la conformación de su equipo y al modo en que cumplirá su anuncio de que incorporará a los críticos no contribuye a acallar los reproches de aquellos que, desde dentro del propio partido, no creen garantizada la democracia interna, lo que obliga al presidente de los populares a velar por el respeto a la misma. Pero eso debería llevar también a algunos de sus detractores a ceder en su empeño de erigirse como los únicos intérpretes de un supuesto «PP auténtico» del que Rajoy se habría apartado.