La ciudad almendra
José López Zanón, que además de arquitecto del edificio de Náutica ha sido catedrático de Urbanismo de la Escuela de Madrid, me decía el otro día que la ciudad de Cádiz tiene que ser la excelencia, la calidad, «la almendra», textualmente, de su entorno, de la Bahía. Sin suelo, sin capacidad de crecer, la ciudad debe preservar por encima de todo su carácter, su singularidad, y dejar para otros lo que tiene cualquiera, el ensanche, las colonias, los polígonos Todo el mundo debe querer venir, debe ser codiciada, añadía, debe ofrecer lo que los demás no pueden.
Actualizado: GuardarLa imagen de la almendra de López Zanón es preciosa y también precisa, aunque suene tópico. No sólo es el fruto blanco y tierno, dentro de la cáscara dura; también remite a una clásica «mandorla», (esa aureola ovalada, a veces como un pez, que enmarca un cristo o una virgen románicos), la ciudad pintada al fresco, el caserío coloreado bajo una luz tipo «rompimiento de gloria», en el centro del centro Pero no. Si miramos bien, sin cursis idealizaciones ni prejuicios casticistas, parece que se hace carne el verbo de Paul Celan:
«En la almendra -¿qué hay en la almendra?
La Nada.»
Si el hermético poeta suicida lo hubiera escrito para la ocasión no resultaría más oportuno. Frente al deseo, la realidad. Frente a la poesía, la prosa. La ciudad descuida sus fortalezas, desoye sus oportunidades, mima sus debilidades, da la espalda a sus amenazas. Es como una «anti-matriz dafo» en toda regla, una mina para los consultores, esos que cortan y pegan frases hechas en planes estratégicos.
Para que Cádiz consiga ser «la almendra» es preciso, para empezar y por seguir al catedrático de la ETSAM, dimensionarla. En sus escasos 12 kilómetros cuadrados caben los habitantes y equipamientos que caben, y no más, de modo que para hacerla vivible, sostenible, hay que planificarla de acuerdo con su espacio, no colmatarla. Esa es la cuestión, la almendra de la almendra, atinar en la decisión acerca de qué se quiere y qué no; qué resulta viable y qué vale más, porque no todo es igual ni da lo mismo. El criterio bien formado es esencial.
Del análisis realizado hasta ahora hemos concluido que es preciso enfocar el futuro hacia el turismo y la cultura. Todo el mundo está de acuerdo en que la riqueza no va a venir de otra parte que del sector terciario, pero la evidencia no es suficiente, hay que ejecutar políticas dirigidas a conseguirlo.
Con todo, el binomio turismo y cultura, por sí solo, no resolverá nada a menos que la trama social y urbana que lo sostenga sea congruente. Así, Cádiz no podrá aspirar a ser un destino de interés para élites jóvenes y modernas si a partir de las nueve de la noche no hay plan, si no hay abiertos apenas bares, restaurantes, locales de copas, discotecas, espectáculos. Con el actual Cádiz-la-nuit atraeremos, con todo respeto, rutas del Inserso, para que a las diez estén los viajeros en la cama. Pero, claro, es difícil tener un panorama de «fiebre del sábado noche» en una ciudad cada día más envejecida y despoblada de jóvenes.
Es un ejemplo de que debe contemplarse el futuro como un todo, que no hay capítulos aislados e independientes. Esta complejidad es un fastidio, sí, pero nadie dijo que fuera fácil. Cádiz es pequeña y agotada, está rodeada de ciudades emergentes, pero guarda capacidades, cualidades únicas, que pueden dar la solución, la clave del laberinto. Convertir el problema en oportunidad, el defecto en virtud, es el reto de la gestión de la ciudad hoy en día, de todas las administraciones sin excepción, aunque con diversos grados de cercanía y, por tanto, de responsabilidad: la instancia inmediata es el Ayuntamiento y a partir de ahí, en círculos concéntricos, la Junta y el Gobierno central. Esta máxima, que parece sacada de un manual de coaching, es en verdad una perogrullada, pero es que no hay otra, se trata de «resolver», al cubano modo. Para que la almendra, en fin, no sea amarga.
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