Apertura china
Actualizado: Guardarl terremoto registrado en la provincia china de Sichuán, que ha provocado ya 60.000 muertos y ha afectado de uno u otro modo a nada menos que 45 millones de ciudadanos, ha obligado al régimen de Pekín a enfrentarse a una tragedia humanitaria sin parangón en las últimas décadas y a apenas tres meses de la inauguración de un evento como los Juegos Olímpicos. A diferencia de lo ocurrido con su opaca gestión de los disturbios desatados en Tíbet, las autoridades del gigante asiático han respondido ante las graves consecuencias del seísmo con la diligencia y la responsabilidad propias de quien asume el sufrimiento de su población y está dispuesto a adoptar las medidas precisas para paliarlo, incluidos el recurso a la ayuda internacional y a una inédita transparencia informativa. Es evidente que la actitud más aperturista del Gobierno de Pekín intenta no sólo hacer frente en las mejores condiciones a un drama nacional, sino también congraciarse con una comunidad internacional muy crítica tras la represión de las revueltas tibetanas. En cualquier caso, su reacción constituye tanto un gesto de imprescindible arropamiento de una ciudadanía que deberá sobreponerse a la catástrofe antes de emprender las labores de reconstrucción, como la asunción de las propias limitaciones para continuar aplicando una política autárquica que ya no se correspondería con la evolución de una sociedad cuyo desarrollo económico le ha permitido volcarse en la atención a las víctimas. El pragmatismo exhibido por el régimen chino hace aún más reprobable la cruel cerrazón mantenida hacia los damnificados del ciclón Nargis en la vecina Myanmar, pero también interpela al Ejecutivo de Pekín sobre la legitimidad de la cobertura que continúa prestando a la Junta birmana.