CRÍTICA

La magia permanece

Indiana Jones sobrevive a una explosión nuclear refugiado en una nevera doméstica. Y no es cuestión de seguir revelando spoilers (en la jerga de internet, detalles del argumento que revientan la sorpresa). El deslumbrante prólogo de su última aventura deja sin aliento. Confirma que la magia sigue intacta. Aunque en la era del Dolby atronante y el desparrame digital no sea difícil dejar boquiabierto al espectador, Spielberg se sirve de materiales nobles. Hay algo entrañable en los tonos Technicolor de la primera parte del filme, reflejo de la América años 50 en la que Indy se topa con el rock and roll y el maccarthysmo. Prima el combate cuerpo a cuerpo frente a las virguerías por ordenador. Nostalgia y sentido de la aventura. Para quienes piensen que basta la marcha de John Williams para poner la piel de gallina, Spielberg nos recuerda que sigue rodando como Dios: la desasosegante imagen del héroe frente al hongo atómico vale el precio de la entrada.

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Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal resulta una anomalía en la era Matrix. Los chavales que han crecido con filmes de acción sin pausas se aburrirán. Aquí, entre persecución y persecución hay diálogos irónicos para desmitificar al protagonista; hasta se le llama abuelete y muerde el polvo en más de una ocasión. La trama -a ratos confusa- se detiene en la psicología de los personajes. Aunque a veces no baste el guiño cómplice del pasado para resucitarlos, como en el caso de la madura Karen Allen que, en certera y cruel definición de Nacho Vigalondo, resulta «demasiado Rosa León».

Quizá el daño ya esté hecho, y nuestra mirada, pervertida por el cine-videojuego, se aburre cuando la acción se empantana. Un mérito de esta cuarta entrega es, precisamente, que no busca apabullar por acumulación. No es el no va más de los efectos especiales, los escenarios exóticos y las peleas sin tregua. Si hace 27 años Spielberg y Lucas celebraron el cine de su infancia, ahora se permiten homenajearse a sí mismos y resultar políticamente incorrectos: esa calavera de cristal que espanta por igual a las hormigas rojas y a los indios de la Amazonia

Fruto de una familia divorciada, el autor de ET se ha pasado todas sus películas en pos de la figura paterna. Al final ha conseguido el filme familiar por antonomasia, una gozosa celebración de la aventura que los emocionados cuarentones pueden ver junto a sus indiferentes hijos.