Los seguidores de Hillary apuestan por Bill
Los electores lamentan no poder votar al ex presidente, que se desgañita por su mujer ante las citas de Oregón y Kentucky
Actualizado: GuardarUn insospechado calor propio de agosto asaltó a Bill Clinton el sábado en un parque a las afueras de Portland. Cientos de personas buscaron la sombra en los setos, pero el ex presidente, más colorado que su camisa fucsia, parecía no notarlo, consumido por la adrenalina y los deseos de ganar. Casi una hora a pelo bajo un sol plomizo sin que le fallase el aliento.
«¿Cuáles son los estados siguientes?», le preguntaba Hillary Clinton a su marido frente al mapa de EE UU, en una caricatura del diario 'The Oregonian'. «Negación y Depresión», pensaba uno de sus colaboradores. Algo parecido fluía en la mente de quienes le escuchaban el sábado con admiración.
«Me gustaría pensar que todavía tiene posibilidades de ganar, pero la realidad es que no», confesaba Berverly Miller, una mujer de 65 años que había soñado con ver a una fémina en el Despacho Oval. Miller había mandado ya por correo su voto por Hillary, como último gesto de lealtad, pero mentalmente se preparaba para cuadrarse ante el hombre que la ha desbancado. «Lo más importante es que gane un demócrata, no podemos permitirnos otros cuatro años de republicano».
La suerte está echada. El jueves pasado el Departamento de Estado de Oregón habían recibido ya los votos del 31% del electorado. Mañana no habrá papeletas que recoger, sólo urnas en las que depositarlas para quienes no las hayan enviado a tiempo por correo. Oregón, junto con el vecino estado de Washington es uno de los pocos que intenta simplificar el proceso electoral de esta manera. Como resultado, las encuestas tienen mayor fiabilidad al preguntar por lo que ya se ha hecho, en lugar de lo que se planea hacer.
Eso explica la seguridad con que la campaña de Obama planea celebrar en Iowa la victoria con la que alcanzará la mayoría de los 3.253 delegados electos que se reparten en todas las primarias. A partir de ahí sólo necesitará que destapen su voto un puñado de superdelegados que ya se ha comprometido en privado para alzarle hasta los 2.025 necesarios.
«¿No dejéis que nadie os diga que estas elecciones se han acabado cuando Hillary se ha ido de Virginia Oeste con 41 puntos de ventaja!», se desgañitaba indignado Bill Clinton. «¿Estas elecciones son demasiado grandes para decidirlas por un margen pequeño!». El ex presidente dice haber aprendido algo en su vida de político: «Si alguien te dice que 'no es nada personal', respira hondo. (...) Si te dicen que no vas a ganar es porque saben que puedes ganar y tienen miedo».
Casi imposible
En sus cálculos, si se cuentan los votos de Michigan y Florida, anulados por el Partido Demócrata por incumplir las reglas, Hillary Clinton todavía puede ganar la mayoría del voto popular, y con ello convencer a los superdelegados para que la apoyen, ya que ninguno de los dos candidatos puede alcanzar la nominación del partido sin el respaldo de estos notables. La realidad es que los superdelegados han emigrado poco a poco hacia el campo de Obama y esa tendencia se consolida.
El sábado quienes se acercaron a ese parque de Milwaukee (Oregón) lo hicieron por el placer de escuchar a Bill Clinton, un genio político que fuera de campaña cobra entre 85.000 y 170.000 euros por ponencia. «Si él fuera el candidato le votaría en un abrir y cerrar de ojos», confesó entusiasmada Jeane Garst, una seguidora de Obama que vibró con su discurso.
Bill sabe cómo adaptar el mensaje a la audiencia. Ante el público educado y progresista de Oregón cambia el discurso populista sobre el precio de la gasolina y el doble turno de la camarera por el de la guerra de Irak y cómo restaurar la altura moral de EE UU en el mundo. No es el momento de «arrasar Irán», sino apenarse por la mala fortuna de ese pueblo. Nunca hasta ahora la política exterior había acaparado tanto uno de sus mítines.
«No podemos ir por el mundo pidiendo que no torturen a nuestros soldados si los apresan, pero diciendo que nosotros no estamos obligados por la Convención de Ginebra. (...) ¿Cómo le dices a alguien que no puede tener una bomba nuclear de las que nosotros tenemos 1.500? Yo no sé vender eso».
Tan difícil como es ya vender el sueño de la presidenta Hillary, que el cómico David Letterman califica de «la fantasía más cara del mundo», dado los más de 14 millones de euros que debe. Apenas una docena de personas aguardaron el viernes por la noche a las afueras del canal local donde se reunió con un puñado de indecisos.
Hace sólo dos semanas en Indianápolis eran centenares los que la esperaban a la puerta del Centro de Convenciones para un almuerzo privado. Los últimos de Oregón albergan una pérfida esperanza. «Los delegados electos sólo están obligados a mantener su lealtad en la primera votación de la convención del partido», elucubraba Toby Dittrich. «Si queda en tablas serán libres de apoyar quien quieran. Y ahí es donde podemos convencerlos de que Hillary es nuestra mejor oportunidad de ganar a McCain en noviembre».