Opinion

Telma Ortiz

El problema que presenta el caso de Telma Ortiz va más allá de la libertad de expresión que reclaman los periodistas, o del derecho a la intimidad que reclaman los famosos. Se trata de un asunto que entra de lleno en el corazón de lo que tradicionalmente se ha entendido por familia, en su versión social más conservadora. De ser cierto que la voluntad de una persona que decide casarse con un príncipe o una princesa convierte automáticamente a sus hermanos y padres en personajes públicos, entonces debería haber una ley que obligara a estos futuros príncipes o princesas a contar con el permiso de la familia, ya que a ella atañe la decisión en una medida que muy bien pudiera no ser deseada.

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Según la sentencia de la juez, Telma Ortiz, no por su voluntad sino por la de su hermana, se ha convertido en personaje público a todas horas, incluso al margen de actos oficiales. Es decir, ya no podrá exigir que se respete no ya su vida privada, sino simplemente su vida. Que no pretenda ir a la playa, un amigo, novio o amante, ponerse minifalda o ir vestida de hippie, acompañar a los niños al colegio o cruzar a nado la bahía de su ciudad, sin que la prensa la persiga, le pregunte y encima publique sus fotos como si se tratara de un personaje, sin noticias, del cual la sociedad no puede vivir. La suspensión del derecho a la libertad de ser quien quiere ser, en este caso, una persona alejada de la notoriedad, que quiere vivir su vida como le plazca sin la espada de Damocles de los medios colgada sobre su cabeza. Sería interesante saber qué ha llevado a la juez a esta conclusión. Porque si la boda de una hermana condiciona para siempre la vida de otra, también el delito de un padre marcaría para siempre la honra de un hijo, lo que a estas alturas no hay quien lo acepte. Un hombre, una mujer, no sólo son responsables de su propia vida, sino que son también libres de elegirla al margen de una familia que ya no está hecha para gravar y someter sino, en el peor de los casos, para aceptar y respetar la libertad individual de cada uno de los miembros que la forman, además de la ayuda, complicidad y amor que se le suponen.Una sentencia que hay que aceptar, claro está, pero que aún dará más alas a cierta prensa que entiende el periodismo no como información de lo fundamental y necesario, sino como un arma para provocar noticias, sean o no sean de interés y, a poder ser, fomentar el gusto por el cotilleo y el morbo al precio que sea. Es ésta una sentencia difícil de comprender.