LUCES Y SOMBRAS

Saber mirar

Mirar un cuadro fue un interesante programa de TVE que empezó a transmitirse, si la memoria no me falla, en los años ochenta del pasado siglo. El programa de carácter divulgativo sobre arte pictórico disfrutó de una gran aceptación entre los telespectadores. Su realizador no sólo tuvo la habilidad de entretener a la audiencia sino que además consiguió atraer su atención hacia los valores artísticos que encierra una de las mejores pinacotecas del mundo, por no decir la mejor, el Museo del Prado. Con la colaboración de una serie de personalidades de la cultura se explicaban aspectos de los cuadros de los grandes maestros que en una primera mirada podían pasar desapercibidos. En definitiva, nos enseñaban a mirar y a interpretar, con criterios objetivos, el valor de una obra de arte. Es una pena que las televisiones públicas no dediquen más espacios a los programas culturales. Con un poco de inteligencia y de imaginación es posible distraer y al mismo tiempo difundir nuestro rico patrimonio cultural.

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Me he acordado de ese programa mientras contemplaba unas magnificas e interesantes fotos de Cádiz realizadas por un buen aficionado a la fotografía. Con su cámara y un mínimo de sensibilidad ha sabido captar la belleza de todo aquello que le excita. La extraordinaria luminosidad del entorno facilita el trabajo y de su objetivo no se escapan los mil y un detalles que el casco histórico pone a su disposición. Lo que habitualmente vemos pero no miramos es fuente de su inspiración.

La verdad es que la fotografía ayuda a conocer la ciudad. Nos obliga a enmarca una escena, un objeto, a fijarnos en cualquier elemento de nuestras calles y plazas que antes nos pasaba inadvertido. La cámara nos descubre rincones y aspectos de nuestro entorno que durante mucho tiempo no fuimos capaces de estimar adecuadamente. En definitiva nos enseña a mirar las cosas bellas que nos rodean y a percibir la emoción que nos transmiten.

Disfrutamos en el momento de accionar el obturador y nos deleitamos mucho más cuando observamos el resultado de la foto. Poco a poco vamos descubriendo con más profundidad todos los encantos que ofrece la ciudad histórica. Hasta la luz, indispensable para una buena fotografía, es única en Cádiz aunque lo que se tiene gratis no se valora como se merece. Son los forasteros los que más gratamente se sorprenden por la brillante luminosidad de la ciudad.

El fotógrafo aprende a mirar para después capturar la imagen que más le seduce. A veces no es posible porque un panel publicitario, municipal o privado, colocado en el lugar más inoportuno se lo impide. Se capta lo positivo pero también lo negativo. Cuando tratamos de fotografiar las nobles fachadas de piedra ostionera o lo dinteles de mármol que soportan antiguos escudos nobiliarios descubrimos con estupor los gruesos cables grapeados, registros de todo tipo así como grandes agujeros que sirvieron para colocar en su día banderolas y anuncios luminosos.