El pájaro
El Ayuntamiento de Cádiz publicaba el pasado día uno un anuncio con la definición canónica del monumento colocado en la plaza de la Constitución. Esto tiene dos consecuencias. Primera: desde ese momento deja de ser arte para ser artificio; el arte, que es apertura, es agotado por una definición institucionalmente impuesta. Segunda: al resto nos queda solamente opinar si nos gusta o no. El pájaro nace cadáver por sobredosis de profundidad.
Actualizado: GuardarAsí, imposibilitada la crítica a la obra, sólo resta esbozar una crítica al texto explicativo dispuesto por el ala de propaganda del Ayuntamiento. En él, concepto de libertad manejado es premeditadamente ambiguo y la semántica de la obra no lo supera; se salta de la condición existencial a la jurídico-social falazmente. Interpretar el mundo como cárcel o como pájaro no es de la misma naturaleza que la propia libertad humana. Es una valoración (y aquí está el quid del texto) de tipo moral; esto es, a posteriori, por lo que abrir o cerrar la jaula vendrá sobrecargado de significaciones previas a la conceptualización del mundo por parte del individuo. Esto se ve con claridad en la retórica «dentro/fuera», que fracasa al identificar la jaula con el mundo (¿quién puede situarse fuera del mundo?), y esto porque por «mundo» se está refiriendo a la realidad socioeconómica, y frente a ésta el individuo está absolutamente desarmado, negado para abrir una supuesta puerta de esas características. Una mirada rápida a la situación global es suficiente: el origen de la alineación es siempre institucional, no individual. Ninguna Constitución es por ello una condición de posibilidad a priori de la libertad del ser humano, lo es del sujeto político-jurídico: y no son la misma cosa. En lo otro (¿o habría de decir, con Lacan, en el Gran Otro?) el individuo puede hallar identidad, autoimagen, etc., pero no libertad. No es legítimo confrontar la decisión individual con la de la comunidad (como pacto) porque moralmente estarán en desigualdad de condiciones: eso es de primero de ética.
Además, la razón no levanta muros como dispone el texto más que si nos empeñamos en seguir entendiéndola desde el más ingenuo de los cartesianismos, o desde la más negativa herencia ilustrada; si levantamos muros es en torno a nuestra racionalidad, que se vuelve así excluyente: desde aquí, tolerar siempre implicará una relación de poder. La razón es emancipadora.
La conclusión es que, en mi opinión, el concepto de constitución dispuesto desde el departamento de propaganda del Ayuntamiento y objetivado en el monumento está escondiendo un esencialismo nacional/moral algo alienante y violento.
Creo que el árbol daba más juego: conceptos como el de raíz, sombra, cobijo, resistencia a la intemperie, etc., parecen más apropiados para sus intenciones. Tal vez si lo hubiese plantado la Sra. Martínez no estaría pelado y mondado en el parque (¿?) de Astilleros. Además, mirarse el ombligo con estos conceptos es, ante la situación global actual, una irresponsabilidad.