Tanto dolor, tanto miedo
SON las tres de la mañana, María se despierta sobresaltada, duda sobre si se ha movido la cama, y todavía le silban los oídos. En el aire flota un extraño olor, como cuando queman la basura en el vertedero municipal.
Actualizado: GuardarNo sabe por qué, pero a su mente viene Luis, su marido, que esa noche está de servicio. Casi como si de un truco se tratara, Luis irrumpe en el dormitorio y, abrazándola, le indica que tiene que ponerse una chaqueta y salir deprisa. Algo le dice que la cosa no va bien, será que casi no puede escucharle, será su uniforme manchado de un oscuro hollín, roto, sucio y desaliñado, o esa expresión de miedo y desesperación en su semblante desconocida hasta ahora para ella. No le hace preguntas, ella tiene la certeza.
Luis la apremia «sal rápido y ayuda a Laura con los gemelos». Mientras se pone una bata sale pensando en su vecina y amiga y de pronto cae en la cuenta, José Manuel estaba también de servicio con su esposo. Cuando encuentra a su vecina entre gritos y llantos de los niños despertados a deshoras, en su mirada sólo puede leer: '¿Por qué no ha venido José Manuel a por nosotros?' No hace falta hablar, también ella sabe la respuesta. Mientras evacuan el edificio, entre cascotes, humo y lluvia, Laura contempla desolada las ruinas de lo que hasta este preciso momento había sido su casa.
Esta es la crónica de un atentado repetido una y otra vez, también esta mañana de mayo. El reportero no para de hablar, mi marido desayuna callado, su silencio me mata. Yo pienso en los doscientos y pico guardias civiles asesinados por ETA y en las parejas e hijos a los que los terroristas arrebataron la vida sólo por vivir en el mismo lugar que ellos hacían estallar. Tantos hogares destrozados, tantas familias rotas, tantos proyectos sin acabar, tanto dolor, tanto miedo vestido de verde por dejar a la familia en la casa-cuartel. ¿Para qué? ¿Para quién?